Hasta donde
conocemos, Armando Iannucci (1963) es un realizador ítalo-escocés. Poco
conocido en nuestro medio, se mueve bien en la televisión (Veep) y el cine (In
the loop). Showrunner (productor y creador), gusta tener el control de sus
proyectos.
En entrevista declaró
que para La muerte de Stalin se inspiró en El gran dictador (1940) de Charlie
Chaplin y que lo motivó resucitar al dictador ruso el hecho que la democracia
en Europa se encuentra rodeada de totalitarismos y nacionalismos a ultranza. Su
película fue prohibida en Rusia, donde curiosamente la figura de Stalin está
siendo revalorada o en el mejor de los casos como recordada con nostalgia de
tiempos mejores. No es un filme histórico en el sentido estricto del término,
aunque se centra en personajes y hechos que existieron.
Comienza con un
concierto de música que a poco de terminar, recibe la orden directa del propio
Stalin de obtener una copia. Al no haberla, ya que el concierto es en vivo,
deben volver a ejecutarlo para grabarlo, con el evidente nerviosismo de todos
los involucrados, temerosos de terminar en algún Gulag. De allí nos trasladamos
a la dacha de Stalin y su muerte repentina escuchando el concierto. Luego, la
llegada de los miembros del politburó y la decisión de qué hacer. Hilarante y
corrosiva la escena del qué hacer con el cuerpo, parodia del burocratismo y el
temor a tomar decisiones que perjudiquen la carrera de cada aspirante a
sucederlo.
Después viene, a
ritmo galopante, la lucha por el poder, sobretodo entre Beria (jefe de la
policía secreta de Stalin) y Krushchev. Pero el filme no va al drama, sino a la
comedia negra, por lo que recurre a las situaciones absurdas –los gags- y los
diálogos punzantes (muy en el estilo del cine americano clásico). Los
personajes son esperpentos, agudizando las contradicciones que tienen y su no
oculta ambición de poder.
Dicho sea. En esta
lucha por el poder a la muerte de Stalin, sucedió lo mismo que cuando murió
Lenin. Cuando muere Lenin, el favorito a sucederlo era Trotski frente a un
oscuro Stalin. Estaba asegurado; pero, Stalin subrepticiamente tenía el control
del partido comunista, por lo que terminó desplazando a su rival hasta exilarlo
primero y después ordenar su muerte. Igual sucedió cuando muere Stalin. El
favorito a sucederlo era Beria, paisano de Stalin y hombre temido que manejaba
el servicio secreto ruso y que al alimón con este decidía quién moría, era
deportado o perdonado. Tenía más poder que Krushchev, pero Krushchev comenzó a tejer alianzas para hacerse del
cargo máximo. Muchos lo apoyaron por el temor al poder de Beria y los secretos
que guardaba celosamente. Beria, meses después, fue “enjuiciado” y condenado a
muerte (en el filme todo sucede el mismo día del entierro).
Sátira del poder, de
cómo el ser humano se puede degradar para conseguirlo; y si bien La muerte de
Stalin no es completamente lograda, vale la pena verla y tener siempre presente
que las democracias no son eternas y a la vuelta de la esquina acechan los
totalitarismos de todo tipo.
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