jueves, diciembre 22, 2016

ROGUE ONE: UNA HISTORIA DE STAR WARS

Por: Eduardo Jiménez J.
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       @ejj2107

Cuando la Disney compró la  productora de George Lucas por cuatro mil millones de dólares, sabía que compraba una mina de oro. No solo por la continuación de la trilogía original, sino por los personajes o situaciones secundarias que pueden tener protagonismo (los llamados, en la jerga del cine, spin off). Se dice que la base de datos comprada, el imaginario Lucasiano, abarca un sinfín de hechos, situaciones, historias y personajes que darían para una explotación comercial por largos y largos años. Ya se anuncia un proyecto con las aventuras del joven Han Solo, por lo que Rogue One es apenas un botón de muestra.

Situada poco antes del episodio 4, narra el robo de los planos de la estrella de la muerte, la colosal estación-satélite que puede acabar con mundos enteros. Recordemos que en el epìsodio 4 (Una nueva esperanza), momentos previos al ataque que destruiría la estación, se dice que el costo de obtener los planos fue alto, en lo cual apreciamos que se le ensombrece el rostro a la generala que va explicando los hechos. Y viendo el filme, el costo, sí, fue bastante alto.

Aparte de la usual parafernalia, lo que más llama la atención son los personajes. Ya no se trata de seres “químicamente puros” como la princesa Leia o Luke, sino con matices que los hace más interesantes: son seres desalmados, bribones, sin principios, pero que al final luchan por una noble causa (el título original juega con la palabra Rogue, bribón en inglés).

Pueden matar sin escrúpulos, en nombre de la alianza rebelde, si así se les ordena. Usan métodos vedados como el asesinato selectivo, al igual que sus oponentes. Los “buenos” no manejan “el código de nobleza” que apreciábamos en la trilogía central. Un tanto que se respira el clima de las ejecuciones extrajudiciales post 11-S que se dieron en los gobiernos de Bush Jr. y del propio Obama.

Como bien apuntó Federico de Cárdenas, esos personajes están emparentados con los del filme Doce del patíbulo (The Dirty dozen,1967). Desalmados, bribones, asesinos, que van a una misión suicida y muerte segura.

Aunque le faltó la cuota de humor a los personajes “de carne y hueso” (demasiado encorsetados en su rol), esa cuota la salva el androide K-2SO, un humor entre sarcástico, socarrón y negro, preciso para la trama.

Con los reparos anotados, de todas maneras Rogue One no decepciona a los fanáticos de la saga, en un calentamiento previo al VIII episodio de la trilogía central.

ROGUE ONE: UNA HISTORIA DE STAR WARS [Rogue One]
Dir: Gareth Edwards
Guión: Chris Weitz, Tony Gilroy
c/ Felicity Jones (Jyn Erso), Diego Luna (Cassian Andor), Ben Mendelsohn (Orson Krennic), Alan Tudyk        (K-2SO)
EEUU/2016/Acción, aventuras***/Estrenos

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lunes, noviembre 28, 2016

ROCKY CUMPLE CUARENTA AÑOS



¿Qué posibilita que una película sea vista por distintas generaciones y sea recordada más allá de su efímero estreno?

Existen muy buenas películas que no resistieron el paso del tiempo; en cambio, otras sí, a pesar de ser artísticamente más “modestas”. Es el caso de Rocky.

Quizás “el mensaje” fue lo que hizo atractiva a Rocky como para ser recordada luego de tantos años. Que el sueño americano, a pesar de todo, se puede cumplir para un simple mortal. Un boxeador anónimo que funge de matón de un ganster local, por el azar o el destino tiene la oportunidad de oro de enfrentarse al máximo exponente de los pesos pesados: Apollo Creed (claramente inspirado en Muhammad Ali, el gran boxeador de los años sesenta y setenta).

Todos creen que el semental italiano (como se autoproclama Rocky) será vencido fácilmente por el fanfarrón Creed, cuando el desenlace será distinto, lanzando a la fama al anónimo boxeador.  

Quizás allí se encuentra la clave del gusto por la trama: un oscuro personaje, como muchos de nosotros, puede cumplir su sueño y acariciar los laureles del triunfo. El hombre común, el hombre de la calle, alcanza la fama. Millones en todo el mundo deben haberse sentido identificados con el personaje, una suerte de proyección de nuestros sueños, pero también de nuestras frustraciones. Toca las fibras más sensibles de quienes se identifican con el personaje encarnado por un -en ese entonces- también desconocido actor llamado Sylvester Stallone (que se le realizó su sueño de convertirse en un actor reconocido).

Súmenle a ello que se estrenó en 1976, cuando se celebró por todo lo alto el bicentenario de la nación del norte. We are the people, nosotros el pueblo y la democracia como régimen horizontal, donde todos somos iguales y podemos realizar nuestros más caros anhelos en la tierra de la libertad, principio fundacional del régimen político norteamericano. Ese sustrato ideológico se encuentra claramente desarrollado en la trama del filme.

Sí, hay películas que, sin ser grandes obras, tocan fibras profundas como Rocky, que llega a su cuarenta aniversario tan fresco como el día de su estreno.

viernes, agosto 26, 2016

VIDEOFILIA (Y OTROS SÍNDROMES VIRALES)

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
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       @ejj2107

Hasta donde conocemos es el segundo largo de Juan Daniel Molero (Juan Daniel Fernández Molero, peruano egresado de la Escuela de Cine de Buenos Aires). Videofilia fue la ganadora de la quinta edición del Festival Lima Independiente y la historia más o menos trata de un grupo de adolescentes que, en la libertad de estar fuera de la escuela, experimentan con las drogas y el cibersexo. En el medio hay un virus que comienza a hacer estragos en los videos. Socialmente se encuentran localizados en la clase media urbana (las locaciones del distrito de Magdalena del Mar son evidentes); pero lo interesante en Videofilia es el registro onírico de la realidad en que viven los protagonistas, estados de conciencia alterados por las drogas utilizadas, junto al internet como herramienta de comunicación (viven pegados las 24 horas al facebook o páginas similares). En ese sentido, quizás sin querer, Molero está registrando muy bien la realidad sociológica de la juventud actual: vivir el instante, practicar más una realidad virtual que real, probar todo lo que permita alterar la conciencia (drogas, juegos virtuales y perversos), eliminación de casi toda referencia al mundo adulto (entendidos como adultos los mayores de 30). Precisamente la puesta en escena da cuenta de ese mundo fragmentado, “pixeleado”, donde el tiempo prácticamente queda suspendido y de un locuaz diálogo bañado de jerga juvenil, donde los emoticones han reemplazado al habla.

Tributaria de obras como Videodrome (1983) o eXistenZ (1999), ambas del canadiense  David Cronenberg, donde realidad y ficción se fusionan; es cierto que es un poco difícil seguir la trama y, como sucedió en su momento con Mulholland Drive (2001), más hay que apreciarla con la parte intuitiva del cerebro que con la lógica, donde pese a su juventud Molero ha ofrecido una interesante e inquietante película.


VIDEOFILIA (Y OTROS SÍNDROMES VIRALES)
Dir y Guión: Juan Daniel F. Molero
c/ Liliana Albornoz (Rosa), Caterina Gueli Rojo (Virus), Rafael Gutiérrez  (Killer), Michel Lovón (Mike), José Gabriel Alegría Sabogal (Luis), Muki Sabogal           (Luz)
Perú/2015/Comedia, drama fantástico****/Estrenos

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jueves, agosto 11, 2016

UNA IMAGEN DE UNIÓN Y FELICIDAD DE CLASES

La película Asu mare 2 (Perú, 2015) termina con el matrimonio del protagonista y la “chica de alta sociedad”; pero si bien es el símbolo de la unión y felicidad de dos clases sociales totalmente opuestas (o como dice optimistamente una de las protagonistas “dos mundos increíbles que se han juntado”), lo que sigue en los minutos siguientes es la confirmación del mensaje: todos bailan y cantan juntos y felices, las diferencias de etnia, posición social y cultura se borran y lo que importa es la calidad del ser humano, más allá de lo físico o material.

Imagen utópica o idílica más que real pero que obedece a un sustrato.

Las representaciones simbólicas son necesarias para expresar un arquetipo. Puede ser el de la diferencia, la fuerza, la desdicha, pero también la unión, el amor o la felicidad. Y también el interés de una clase social. Dependerá de cada sociedad o época establecerlo.

Por ejemplo, el vals El Plebeyo narra una historia similar, pero que en la época (años treinta del siglo pasado) era totalmente imposible, un amor prohibido, más un lamento que un deseo que se pueda materializar. Por qué señor los seres no son de igual valor, alude trágica y directamente a las diferenciaciones marcadas en la Lima de inicios del siglo anterior.

Una representación simbólica puede expresar un futuro deseable, algo que no es pero se aspira a ser. Es el caso de la imagen final de la película bajo comentario. Expresa un deseo más que una realidad. Un deseo de superar los lastres y taras de la sociedad peruana. O, para ser preciso, más el deseo aspiracional de un sector social del Perú de hoy. (Y reparemos que en la escena inicial subyace un “miedo” del protagonista principal a que el matrimonio no se consume, apresurando al sacerdote para que termine el ritual de la boda, ante la entrada desbocada de sus amigos de barrio a la iglesia y vayan estos a “malograr” la ceremonia y su ascenso social, revelando su origen “humilde”).

Pero, “el acomodo” del personaje central también implica la aceptación de su matrimonio “por los de arriba”. Una suerte de bendición que conlleva su aceptación como nuevo integrante del mundo de los ricos. (Nótese que es con la anuencia de la Iglesia católica, que funciona en el presente caso como institución legitimadora de la unión de clases). El protagonista no busca romper el esquema de valores y diferencias de la sociedad, sino aspira a llegar al lugar alto de la pirámide social. Un acomodo de los nuevos ricos. Visión que se condice con la de cierto sector social neoconservador que en el Perú de los últimos años emergió de los sectores populares conformando una nueva clase media.

Un sector social con escasa cultura y educación formal, cuyos negocios por lo general han prosperado en la informalidad y a veces en lo ilícito, y que aspira a vivir como lo hacen los ricos, su modelo de referencia. Es, si se quiere, la revolución silenciosa y conservadora del Perú de los últimos cuarenta años. Movilidad social, “emprendedurismo”, que comenzó en los años setenta, cuando el gobierno militar rompe una serie de taras sociales y discriminaciones y se revalora “lo cholo”, continua en los ochenta por inercia y resistencia al terrorismo, y toma su giro “capitalista” y definitivo en los noventa de la era Fujimori.

Veblen (Teoría de la clase ociosa) tenía razón cuando afirmaba que “los de abajo” tienen como modelo aspiracional a parecerse a “los de arriba”. Existe una imitación de los hábitos, costumbres y forma de ser, incluyendo la ideología y “formas de explotación” que son asumidas por los que se encuentran en la base de la pirámide (lo que algunos sociólogos locales han denominado la lumpenburguesía). Y la película bajo comentario lo refleja muy bien.

Pero, ese proceso de movilidad social no habría sido completo sin la necesaria globalización mundial iniciada a fines del siglo XX y que significó importar una serie de valores de Occidente, entre ellos el individualismo y el exitismo a toda costa y sin importar demasiado los reparos éticos. Todo se compra, todo se vende.

Democracia representativa y economía de mercado. El modelo trae desigualdades evidentes, pero permite a su vez que los de abajo puedan tener la oportunidad de ascender a través de ciertos mecanismos como la educación, la política o el dinero simple y llano (a veces obtenido de forma no tan lícita como muchas de las grandes fortunas de hoy o de ayer). Lo que a su vez trae la conformación de esa nueva clase social, deudora de la informalidad y del fujimorismo puro y duro de los noventa.

Se me queda en el tintero la importancia de los grupos evangélicos en todos estos cambios. Como diría Weber, la importancia de los valores de la ética protestante, como el trabajo, el esfuerzo individual y la disciplina, que permite a la gente centrarse en sus objetivos, valores que ayudaron a difundir los distintos grupos evangélicos afincados en el país, moldeando así una “mentalidad capitalista”.

Quizás la imagen final de Asu mare 2 fue más un cliché de happy end del protagonista; pero, como sucede con el arte, expresa a veces sin querer, más allá de la intencionalidad de su autor, y logra sintonizar intuitivamente con los sentires, ideas  y vivencias de una época determinada, de un Perú contemporáneo todavía en constante ebulllición.

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lunes, agosto 01, 2016

LA POLÍTICA COMO COMEDIA: EL CANDIDATO

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
        ejj39@hotmail.com
       @ejj2107

Dir y guión.: Álvaro Velarde
c/ Guillermo Rossini, Hernan Vidaurre, Manolo Rojas, Giovanna Castro, César Ritter, Mónica Sánchez, Saskia Bernaola, Bernie Paz, Alberick Garcia Cerna
Perú/2016/Comedia**/Cine/Estrenos

Se tenía conocimiento que hace buen tiempo Los chistosos, los imitadores de políticos que todas las tardes por las ondas de RPP le dan un toque jocoso al quehacer político local, querían incursionar en el cine. Por otra parte, Álvaro Velarde, el director, es el único cineasta peruano que se ha dedicado en serio a la comedia, en especial a la de tintes farsescos, como lo demostró con su ópera prima El destino no tiene favoritos (2003), por lo que encajaba bien en el proyecto de llevar a la pantalla grande las ocurrencias del trío vespertino (que ahora son cuarteto); y, de paso, era su oportunidad de llegar a un amplio público, lo que hasta la fecha le había sido esquivo (su segundo largo Como quien no quiere la cosa -2013- pasó medio desapercibido).

La labor de Velarde en El candidato ha consistido en darle forma a un conjunto de sketchs radiales, cuya ironía o sarcasmo acaba al minuto, en una obra de más largo aliento, con caracterizaciones ya preestablecidas, reconocibles para el público nativo (Toledo, Alan, Humala, sus respectivas y ambiciosas consortes, y hasta una aparente Verónika Mendoza), apenas retocados con un ligero barniz.

No queda duda que a veces lo logra y a veces no, dado que en más de una ocasión la comicidad se acaba en el momento, como en los sketchs radiales; pero Velarde se las ingenia para, dentro de esas limitaciones, sacar provecho de las caricaturizaciones farsescas de los políticos conocidos, dándoles hasta un toque mágico, muy en caja, que resuelve la trama (el brebaje para decir la verdad, algo nefasto para un político).

Si en El destino no tiene favoritos era parodiar el melodrama, en El candidato lo ha intentado con el mundo de la política, enfatizando mucho más el elemento farsesco, lindante con la caricatura. Basta revisar los nombres de los personajes: Ego, Napoleón, Amaru, o los padres de Amaru, totalmente caricaturescos hasta lo chabacano; acentuando y desconfigurándolo totalmente el discurso mesiánico nacionalista del patriarca de la familia Humala. (Aunque tenía más elementos para burlarse que los desaprovechó, no solo la supuesta extensión geográfica del imperio incaico, sino también la raza cobriza como regeneradora del hombre peruano, a la que aludía constantemente el patriarca en los años de febril nacionalismo).

Reiteramos, no siempre lo logra, dado que, por la estructura de la puesta en escena, se queda en la risa fácil y superficial del momento. Quizás requería de mayor libertad y limitar esos grandes temperamentos de la comedia peruana como son Los chistosos, que en el mundo radial son como pez en el agua, pero requerían someterse a las reglas de la comedia satírica de largo aliento, y no únicamente repetir sus papeles.

El resultado final no es del todo satisfactorio. En un trabajo por encargo, con personajes y elementos bastante limitados y preestablecidos –incluyendo presupuesto, se nota la austeridad-, hacer un largo de 90 minutos a punta de sketchs es bastante difícil y complicado. Esperemos que su siguiente largo sea más prometedor.


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