viernes, marzo 28, 2008

MOLIÈRE


Se podría decir que Moliere es la versión francesa de Shakespeare apasionado, pero es más interesante que esta. Ubicada también en el siglo XVII, Moliere es un escritor todavía desconocido y acosado por los acreedores y una ingrata prisión por deudas, hasta que encuentra un salvador, un rico burgués que requiere su asesoría para montar una obra de teatro y conquistar los favores de una dama de la aristocracia, todo lo cual producirá enredos dignos de una comedia del gran escritor francés.

La puesta en escena es atractiva precisamente porque se monta como una comedia de enredos, donde van apareciendo los personajes con las características inherentes a su clase social, burlándose por igual de burgueses acaudalados, nobles venidos a menos y damas coquetas, frívolas y provocativas. Ese muestrario le servirá de inspiración al escritor galo para sus futuras obras, convirtiéndose en el gran maestro de la comedia que sería algunos años después. Vale la pena verla.
Eduardo Jiménez J.
lagartocine@yahoo.es


MOLIÈRE
Dir: Laurent Tirard
Guión: Laurent Tirard y Grégoire Vigneron
c/ Romain Duris (Molière), Fabrice Luchini (Jourdain), Laura Morante (Elmire), Edouard Baer (Dorante), Ludivine Sagnier (Célimène), Fanny Valette (Henriette), Gonzague Requillart (Valère), Philippe du Janerand (Sr. Bonnefoy), Gilian Petrovski (Thomas), Sophie-Charlotte Husson (Madeleine Béjart)
Francia/2007/Comedia/Dvd/Las que nunca se estrenaron

lunes, marzo 24, 2008

30 DÍAS DE NOCHE


La novedad está en que los vampiros migran a Alaska esperando que se haga la noche por treinta días (de allí el título) a fin de ser invulnerables para chuparle la sangre a todo un pueblo. La película ha sabido dosificar las escenas de terror, sin exagerar los efectos especiales, y más bien se centra en el suspenso y los intentos de supervivencia de los humanos que resisten hasta quedar apenas un pequeño grupo.

Se nota que el realizador es un atento lector de las películas de John Carpenter, considerado como el ícono viviente de los filmes de terror, y en especial de El enigma de otro mundo (The thing, 1982) que también se desarrollaba en el polo norte. El final es típicamente carpenteriano, del héroe que se sacrifica, cargado de poesía, en una imagen plástica y bella del amanecer.
Asimismo, el diseño de los personajes, los ambientes claustrofóbicos, las contradicciones suscitadas dentro del grupo, son tributarias del gran maestro del cine de horror, manteniendo al espectador en vilo por cerca de las dos horas de proyección sin recurrir a trucos baratos.

Efectivo thriller de terror del mismo realizador de la inquietante Hard candy (2005) que pudimos ver hace algunos meses, 30 días de noche es un estreno interesante en un subgénero donde es difícil encontrar películas que valgan realmente la pena.
Eduardo Jiménez J.
lagartocine@yahoo.es


30 DÍAS DE NOCHE [30 days of night]
Dir: David Slade
Guión: Steve Niles, Stuart Beattie y Brian Nelson; basado en la novela gráfica "30 días de noche" de Steve Niles y Ben Templesmith
c/ Josh Hartnett (Eben Oleson), Melissa George (Stella Oleson), Danny Huston (Marlow), Ben Foster (el extraño), Mark Boone Junior (Beau Brower), Mark Rendall (Jake Oleson), Manu Bennett (Billy Kitka), Megan Franich (Iris)
EEUU/2007/ Terror, thriller***/Estrenos

jueves, marzo 20, 2008

MATAR A UN RUISEÑOR


Conserva su frescura y candor de cuando fue filmada. La segregación racial en los años de la depresión vistos desde los ojos de una niña. La película causó revuelo en el contexto de los años 60, cuando la lucha por los derechos civiles de las minorías negras dio origen a una serie de movimientos de distinto calibre, unos más radicales que otros. Fue el sacudir de una Norteamerica todavía conservadora de taras de siglos pasados.
Es curioso, será por deformación profesional, en mis recuerdos la escena del juicio era más extensa y, vista de nuevo ahora, no lo era tanto. Más bien trata de retratar ese ambiente de opresión e ignorancia que se vivía en el “deep south”. Memorable la actuación de Gregory Peck como el abogado defensor del hombre negro que quiere ser linchado.
Eduardo Jiménez J.
lagartocine@yahoo.es


MATAR A UN RUISEÑOR [To kill a mocking bird]
Dir: Robert Mulligan
Guión: Horton Foote basado en la novela homónima de Harper Lee.
c/ Gregory Peck, Mary Badham, Phillip Alford, Robert Duvall
EEUU/1962/Drama***/Películas del ayer/Dvd

lunes, marzo 17, 2008

SWEENEY TODD


Se da por supuesto que los musicales son alegres, bellos, positivos y cargados de una gracia y felicidad con happy end incluido. Sweeney Todd rompe con ese esquema convencional para otorgarnos uno cargado de sombras, odio, venganza, sangre y un final trágico y amargo. Creo que por eso la película no ha gustado tanto entre el público. El final no es nada halagüeño.

La historia está ambientada en el Londres del siglo XIX y tiene mucho de la contada por Alejandro Dumas en El conde de Montecristo. La venganza es el eje del personaje central, un barbero condenado por un delito que no cometió, víctima del abuso del poder de un Juez arbitrario que le aplica largos años en galeras a fin de apropiarse de su esposa e hija. La variante está en que la sed de venganza será aplacada contra cualquiera que se siente en el sillón del barbero de la calle Fleet y en la utilización de las víctimas (fin utilitario en la Inglaterra industrial) como carne para las empanadas de la Sra. Lovett, hasta consumarse la venganza última y más deseada contra el Juez y el trágico final del protagonista.

Hasta allí en grandes rasgos la trama. ¿Es un musical fallido o no? Creo que no. El musical cumple con las pautas del género y lo hace con bastante inteligencia, aprovechando el material original. Los escenarios góticos y los personajes en la línea oscura de Tim Burton están bien, principalmente el de Johnny Depp que le otorga ese aire medio lunático, ido, esperpéntico y obsesivo a su personaje. También está correcta Helena Bonham Carter como la “encantadora” Sra. Lovett, con ese toque “fantasmal” gracias al maquillaje (verdadera delicia de personaje en la galería del realizador). Igual los secundarios, todos insuflados de ese aire “burtoniano”, como el ambiente gótico y excesivo, marca del realizador. Pero, los límites de la película son los que le impone el género. Está enconsertado en un musical y debe respetar las pautas del mismo. De repente, el resultado habría sido distinto de haber ido por otro camino.
Sweeney Todd se deja ver, aunque no es lo mejor de Tim Burton.
Eduardo Jiménez J.
lagartocine@yahoo.es


SWEENEY TODD, EL BARBERO DIABÓLICO DE LA CALLE FLEET [Sweeney Todd, the demon barber of Fleet street]
Dir: Tim Burton
Guión: John Logan; basado en el musical de Stephen Sondheim y Hugh Wheeler
c/ Johnny Depp (Sweeney Todd), Helena Bonham Carter (Sra. Lovett), Alan Rickman (Juez Turpin), Timothy Spall (Beadle), Sacha Baron Cohen (Pirelli), Jamie Campbell Bower (Anthony), Laura Michele Kelly (Lucy), Jayne Wisener (Johanna), Edward Sanders (Toby)
EEUU/2007/Musical, thriller***/Estrenos

jueves, marzo 13, 2008

EL PORNO Y YO

Mi primera relación con el porno fue en secundaria. Tendría unos quince o dieciséis años cuando un compañero de clase trajo una revista extranjera que contenía fotografías bastante explícitas. El texto no lo entendíamos, pero las fotos daban cuenta muy evidente y sin tapujos del sexo oral que una mujer le practicaba a un hombre. Era la primera vez que veíamos imágenes de hombres y mujeres desnudos teniendo sexo. En aquella época –inicios de los setenta, cuando los militares gobernaban el país- solo se encontraba material porno que entraba de contrabando, o por medio de amigos en alguna embajada, o –la vía más directa- con generales dentro de nuestra familia.

La dictadura de aquel entonces, cuidando nuestra salud sexual, había prohibido todo tipo de revistas, películas o libros que atentaran contra “la moral y las buenas costumbres”; incluso habían sido prohibidas películas como “El último tango en Paris”, a pesar que vista a la distancia no pasaba de un juego entre inocente y medio malévolo de un viejito (Marlon Brando) rejuveneciendo con la joven y voluptuosa María Schneider, una chiquilla con los senos bien duritos y ávida de tener experiencias nuevas no concedidas por su novio, más preocupado en hacer películas que en atender como es debido a la prometida; todo en plena época de la revolución sexual (la famosa “escena de la mantequilla” que tanta alharaca causó en Lima cuando fue su estreno, ahora no pasa de una practica bastante común). Hasta “El decamerón” de Pier Paolo Pasolini fue prohibido. Había conseguido su pase a exhibición de la temible censura de la época –especie de Stasi peruana-, pero el día de su estreno, faltando pocos minutos para su proyección en el mítico cine Roma con sala colmada hasta el último asiento, llega un camión del ejército repleto de soldados con armas al ristre y un teniente al mando, rodean el cine como si fuera una madriguera de terroristas e incautan la película “por órdenes superiores”. Los espectadores que estábamos en el Roma –había logrado “colarme” a una película apta para mayores- tuvimos, entre resignados y molestos, que abandonar la sala.

Se estaba educando al “ciudadano revolucionario del mañana” –a fin de ser “iguales”, todos los escolares ya usábamos un horrible uniforme plomo rata-, así que no se podía permitir mal formar nuestras tiernas mentes, a pesar de ser vox populi que muchos generales, gobernantes de los destinos del Perú, veían en funciones privadas lo que al común de los mortales nos estaba vedado. Sin embargo, nunca faltaban esas revistas extranjeras, como la llevada aquella vez por mi compañero de clase, y que originó en algunos alumnos desarreglos nerviosos por un exceso de masturbaciones diarias (“el vicio solitario” como decían nuestros abuelitos).

Los tenedores de un proyector privado –el Beta, ni el VHS, menos el DVD, asomaban todavía- se agenciaban algunas peliculitas porno venidas subrepticiamente por la frontera; pero, generalmente se debía hacer malabares para conseguirlas, tener contactos y el precio era caro. Curiosamente, la prohibición del gobierno militar originó todo un mercado negro del cine porno, convenciéndome en carne propia y a temprana edad que las prohibiciones al final traen más perjuicios que beneficios, y que la libertad es mejor en todo sentido, hasta para apreciar una película pornográfica.

Aquellos que no podíamos pagar los altos precios de las publicaciones o filmes del mercado negro, teníamos que contentarnos con una actriz argentina que exhibía sus atributos en cintas con nombres tan sugestivos como “Carne”, “Lujuria tropical” o “La tentación desnuda”, dirigida siempre por su esposo Armando Bó. Isabel Sarli causó muchos sueños húmedos entre los jóvenes de la época.

La verdad que las películas de la Sarli eran más el título que el contenido, casi siempre tonto, un poco ingenuo y a veces medio truculento; pero al no existir más oferta, los adolescentes iban con asiduidad monacal a las salas de barrio donde proyectaban sus filmes. Debemos recordar que los muchachos de entonces éramos bastante ingenuos y casi casi estábamos descubriendo el sexo a los catorce y quince años, muy diferente a los chicos de ahora que tempranamente descubren los arcanos que rodean al acto sexual por el internet y la televisión (recuerdo hace un tiempo una amiga de mi generación se escandalizó por las películas triple X que pasaban en el hostal donde estábamos, sin saber que sus hijos muy posiblemente ya habían visto y revisto las mismas películas por el internet, la tv o el dvd).

*****

En el cercado de Lima –Jirón Chota si no recuerdo mal - existía una salita de cine llamada “Rívoli” que se llenaba totalmente de escolares para ver a la Sarli semi desnuda o en poses sugestivas. Como actriz no era gran cosa, pero aprovechaba su gran recurso corporal, esperando con ansias los muchachos de entonces ver que le desgarren la ropa y se insinúen las protuberancias de sus grandes senos o de sus poderosas ancas. Como cinéfilo “convicto y confeso” que ya era por aquellos años, creo a sus películas no les daba más de un tres en una escala del uno al diez.

Por cierto, las películas de la Sarli estaban dentro del llamado “soft core” o porno blando, permitido por la censura del gobierno militar a diferencia del “hard core” o porno duro, con sexo explícito y mostración de genitales, hallado únicamente en el mercado negro.

El cine “Rívoli” quedaba a pocas cuadras del colegio donde estudiaba (un colegio de varones púberes viviendo angustiados por el sexo), así que los días viernes, terminadas las clases a las dos de la tarde, y apenas sonaba la campana, nos íbamos en dirección al Jirón Chota. Felizmente el administrador era bastante tolerante y las películas aptas para mayores de 21 –la mayoridad en aquellos años- permitía el ingreso a jóvenes de dieciséis, quince, o a veces de menos edad. Allí presencié mi primera película porno o la que supuse era una película porno. Mis compañeros ya me habían comentado del “Rívoli”, que “sí dejaba pasar” a menores, así que un viernes, terminando las clases, me animé y fui solo. Ya en aquella época me había fijado ciertas reglas de disciplina para ver un filme y una era ir sin compañía a fin de no sufrir interrupciones durante la función y poder apreciar mejor la proyección (aunque, en honor a la verdad, esa regla ha tenido a lo largo de su aplicación excepciones ocasionales cuando la compañía ha sido agradable).

Entré a la sala sin saber nada del filme. Era una comedia sobre un muchacho que por la edad siente las urgencias del sexo y en uno de esos enredos tiene relaciones sexuales con su propia madre, que lo “estrena” en las artes amatorias, comenzando así su vida sexual, contado todo en un tono risueño y desenfadado, sin dramatismo alguno. Se titulaba “Soplo al corazón”, que de porno no tenía nada, y era del gran realizador francés Louis Malle, de quien vería años después algunas de las películas que guardo con más aprecio en mi memoria.

Sucedía que cines como el “Rívoli” proyectaban cualquier película con escenas de sexo o de “calateo” que llamase la atención del público objetivo concurrente a la sala (escolares deseosos de ver cópulas y mujeres desnudas en el écran). Así, por ejemplo, proyectaron también “Edipo Rey” de Pier Paolo Pasolini, que tampoco era un porno y, dicho sea de paso, a esa edad no entendí muy bien. (Me reencontraría con Pasolini algunos años después, ya un poco más grande y con más películas vistas en mí haber, iría entendiendo poco a poco su cine, conservando en el corazón con mucho cariño su “trilogía de la vida”).

Algunos años después, ya casi al final de la dictadura, ingresaron las películas del “flaco” Olmedo y el “gordo” Porcel. El gobierno militar estaba más preocupado en reprimir las protestas populares y en buscar una salida decorosa a una situación política cada vez más insostenible, así que Porcel y Olmedo invadieron las salas limeñas para hacer olvidar a la gente las subidas de precio de los productos de primera necesidad, ocasionadas por los “paquetazos” (“sinceramiento de precios” en la jerga financiera-burocrática) de un ministro de economía que con los años se convertiría en “gurú” de las finanzas y funcionario internacional gracias a sus constantes cambios conforme el vaivén del viento en la política local.

Un público ansioso colmaría los cines donde se estrenaban “Los caballeros de la cama redonda”, “Los doctores las prefieren desnudas” o “Encuentros muy cercanos con señoras de cualquier tipo”. Conocimos también a las “vedettes” argentinas: altas, bien proporcionadas, “carne blanca” como decíamos (Tula Rodríguez demoraría algunos años en ser “sex symbol”). Susana Giménez y Moria Casan ocasionaron los sueños perplejos de más de un peruano. Aunque en justicia, las películas de la dupla Olmedo-Porcel estaban en el género de la picaresca que en el porno blando propiamente, aunque en época de escasez bien valían las tortas…

*****

En aquellos años mis gustos cinéfilos se habían vuelto más exigentes y virado hacia las “películas de autor”, descubriendo a cineastas como Kubrick, Bergman, Kurosawa, Fellini, Antonioni, Anderson o aquella generación de jóvenes realizadores representantes de una visión distinta del cine norteamericano, y que marcaron mi cinefilia, como Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Brian de Palma, Peter Bogdanovich, Woody Allen, entre otros renovadores del Hollywood clásico.
Gracias a la revolución sexual que vivió Norteamérica en los sesenta y a los cambios en la mentalidad y sociedad que acaecieron por esos años –influenciados por la guerra de Vietnam-, el Código de conducta moral Hays -censurador de imágenes o palabras atentatorios contra “el pudor” y que reinó en la industria del cine por más de treinta años- quedó abolido. Ahora se permitían las malas palabras, la jerga, la violencia desmesurada, el acto sexual y los desnudos totales en las producciones, sin que el orden político o los grupos puritanos pudiesen hacer nada. Esa libertad y nuevos aires permitieron la renovación del cine norteamericano, bastante aletargado y que sufría de un proceso esclerótico creativo muy similar al visto ahora en las producciones hollywoodenses.

Era un asiduo concurrente a los “cine clubs”, y en especial a uno ubicado en la Av. Arica, el famoso auditorio Don Bosco, administrado por unos muchachos uruguayos que habían huido de las sangrientas dictaduras que asolaron los países del cono sur en la convulsa década de los setenta.
Salía con el trasero adolorido –las sillas eran de madera- pero contento de haber visto una buena película. Me convertí en un asiduo concurrente de la salita del Don Bosco, muchas veces faltaba a clases en la universidad para no perderme alguno de los filmes proyectados; incluso tenía un abono mensual para concurrir cuantas veces quisiera. Aquellos años, con toda seguridad, fueron los más felices de mi vida. De esa época data también una corta relación con una muchacha uruguaya. Médica de profesión, algo mayor que yo, de izquierda como yo, creía en un mundo más justo y mejor como yo, huía de la dictadura y de las desapariciones de opositores políticos en el Uruguay de Bordaberry, y cargaba con la angustia y culpa de haber dejado al esposo allá, del cual no tenía noticias.
Gracias a M… mi cinefilia creció y comencé a valorar más el cine europeo, y en especial a la “nouvelle vague” francesa. De su mano aprendí varias cosas esenciales en la vida, así como a valorar un cine distinto al norteamericano. Siempre estaré en deuda con ella; pero, esa es otra historia que quizás algún día me anime a contar.

*****

Si España tuvo su movida terminado el franquismo, nosotros también tuvimos nuestra “movida limeña”. Con el advenimiento de la democracia se terminó la censura y los peruanos pudimos ver por fin la “trilogía de la vida” de Pier Paolo Pasolini o “El último tango en París” con lleno de salas por semanas enteras (por cierto, esta última la acabo de ver hace poco en dvd y contiene escenas bastante aburridas, donde uno, literalmente, se cae de sueño). Llegaba también la actriz holandesa Sylvia Kristel y su trilogía sobre Emmanuelle -que algunos años después la completó con una más-, inaugurando en nuestro medio el llamado “porno de lujo”, películas porno de presupuesto elevado, en el histórico cine “Colón” que exhibiría algunos memorables en la época. Otra de la misma tendencia fue “Historia de O”, que a pesar de contener escenas explícitas de sexo anal (o como diría el Dr. Marco Aurelio Denegri peneano-rectal), vista a la distancia de los años como que ha envejecido, la película es medio tiesa, acartonada. También ingresó el célebre Tinto Brass con “Calígula” en la categoría del “porno histórico”, cuya exhibición causó revuelo en todo el mundo y más en una ciudad como Lima, sacudiéndose lentamente de la pacatería. La película fue condenada por cierta prensa beatona (cuenta la leyenda que ante el escándalo suscitado por el estreno, algunos de los participantes en el filme pidieron que sus nombres fueran retirados de los créditos). En nuestro país fue el cine Roma de nuevo quien tuvo el monopolio del filme y la gente daba literalmente vueltas alrededor de la manzana a fin de conseguir un boleto. Esta vez, felizmente, no se presentó ningún teniente con “orden superior” que incautara la cinta, así que la pudimos ver tranquilamente, apreciando a un gesticulante Malcolm McDowell como Calígula, pero sobretodo a una actriz que daría luego mucho que hablar en el futuro por su buen desempeño actoral: Helen Mirren.

Otra que también causó revuelo fue “El imperio de los sentidos”, y si bien no es un porno stricto sensu, causó estupefacción en la Lima de inicios de los ochenta por la exhibición explícita de coitos y genitales (por ejemplo, se muestra una “fellatio” en primer plano), por lo que algunos comentaristas escasos de luces aventuraron en calificarla como pornográfica. Nagisa Oshima, su realizador, había ido audazmente hacia la frontera bastante indefinida entre el porno y el erotismo. El resultado fue una obra de arte que pervive en el tiempo, no obstante que a algunos espectadores les “chocó” el final donde la protagonista amputa el pene de su amante y, sujetándolo entre sus manos, deambula errática y medio ida entre las tropas japonesas.

Empezando el segundo gobierno de Belaunde se abolió la censura, entró en vigencia la Constitución Política de 1979, una de las más avanzadas de la época, y cayó la temible Stasi peruana, así que el porno duro entró a las salas limeñas libre de todo impedimento y por la puerta grande. No obstante, el Arquitecto restaurador, a fin de evitar que “la moral y las buenas costumbres” no se vieran rebalsadas, reglamentó que el “hard core” se proyectara a partir de la medianoche. Supuestamente la medida era disuasiva –a fin de evitar la concurrencia de demasiados parroquianos-, de tintes moralizantes y hasta religiosos, por no decir cucufatos, pero lo que generó fue todo un mercado a partir de las doce de la noche, como si se tratara de un embrujo mágico. No solo una buena cantidad de espectadores ansiosos por la proyección se congregaban, cual aquelarre, un poco antes de la medianoche –generalmente hombres solitarios que esperaban en el hall del cine se abra la boletería-, sino también los tradicionales vendedores de sánguches y emolientes, de chocolates, chicles y cigarrillos, así como las “chicas de la noche” que esperaban desfogar a los apremiados espectadores al salir de la función, y que a veces, con la complicidad de los boleteros, ingresaban a la sala en plena proyección a ofrecer sus servicios, con lo que presenciábamos un doble espectáculo: el de la pantalla y el de las chicas practicando una “fellatio” en la misma butaca a un parroquiano apurado o cargando con este al baño. Así que las noches en Lima, luego de los “toques de queda” en las postrimerías del gobierno militar, comenzaron a ser más movidas y entretenidas. Por cierto, descubrimos también que las “chicas malas” no eran tan malas como las habían pintado, y sí más bien bastante interesantes, haciéndome amigo y parroquiano seguro de una de ellas, con la cual mantuve una relación compleja de “cliente- amigo cariñoso-confidente” por varios años.
Recuerdo una película de ese entonces. No tengo muy preciso el título (además para llamar la atención aquí les etiquetaban títulos insinuantes como Las noches húmedas, Sexo sádico, Los “anales” de Patricia, entre otros más o menos llamativos), pero era una comedia porno bastante entretenida. Tenía argumento y trataba de un tipo que se las ingeniaba para tener sexo con las mujeres haciéndose pasar por médico. Su sobrenombre no podía ser más evidente: “Doctor sexo”.

Pero, junto a las “chicas de la noche”, aparecieron también los primeros travestis para caballeros con gustos más exquisitos. Fuerte competencia para las primeras, al existir hombres buscadores de algo más “exótico” que una mujer para tener sexo, además el SIDA todavía no aparecía en el horizonte, así que las relaciones eran “piel a piel” y por la entrada que mejor guste o plazca. Algunos años después, los travestis se convertirían en lugar común de la oferta sexual que ofrece Lima de noche y ciertas avenidas de la ciudad son parte de su escenario habitual. Ya no llaman la atención ni mueven a escándalo como hace veinticinco años atrás.

Sin embargo, el ingreso del beta primero y el VHS después, desplazó el placer de ver una película porno de las salas a la tranquilidad del hogar, contribuyendo a ello las deficiencias técnicas en las proyecciones que a veces llegaban a un écran oscuro o totalmente borroso justo cuando estaba en lo mejor la “acción”. Otras veces sucedía que los “rollos” del filme venían alterados. Era un sistema de chasquis en motocicleta que trajinaban con los rollos de un cine a otro, originando a veces la confusión en la continuación de estos, así, en ciertas ocasiones, el final de la película venía primero y el inicio al final. Era una forma medio surrealista de apreciar un filme, hasta parecía cine de vanguardia que rompía los moldes clásicos de la narración.

También contribuyó al eclipse de toda esta época el terrorismo. Los chicos de Sendero decidieron seguir el precepto de Mao “del campo a la ciudad” y no se les ocurrió mejor manera que colocar coches-bomba a diestra y siniestra, causando apagones, volando edificios y practicando su “asesinato selectivo”. Uno, al levantarse, no sabía si al terminar la jornada regresaría vivo o entero a su casa, optando los limeños por quedarse en sus casitas y salir lo menos posible. Era la estocada final a las salas de cine antiguas y que se convertirían poco a poco en iglesias evangélicas -previo exorcismo de los demonios de la carne que pululaban en los otrora cines porno-, o en actividades más mundanas como salas de bingo y la esperanza de abrazar la fortuna con una moneda.

En lo personal, en esos años, mis intereses cinéfilos se habían vuelto cada vez más exigentes, y si una película no satisfacía mis gustos me aburría y sentía una pérdida de tiempo irreparable, por lo que el porno no me llamaba la atención: ver una sucesión de escenas de solo sexo sin una historia interesante que las enlace me resultaba mortalmente aburrido. Aparte que la etapa de la curiosidad juvenil de solo mirar como un voyeur había dado paso hacía mucho tiempo a la de practicar lo visto, más entretenido y emocionante que la ficción.

*****

Si bien no compro películas porno, tengo un amigo que es un gran coleccionista y de vez en cuando, al visitarlo, le “gorreo” alguna de su enorme catálogo. Existen de todas las nacionalidades: españolas, argentinas, italianas y por supuesto norteamericanas. El porno peruano no se ha quedado atrás y, entre otros medios, se vende por internet. Hace poco me topé con una página peruana que daba cuenta de una chiquilla teniendo sexo con dos hombres a la vez: uno por delante, otro por atrás. Por cierto, los “actores” peruanos físicamente ni por asomo se parecían a los europeos o norteamericanos: musculosos(as), practicantes del fisicoculturismo. La “protagonista” estaba bastante flaca y le colgaban las tetillas, mientras los “actores” daban la impresión de no ver la olla hace muchos días por lo flacos y desnutridos. Ni que se diga de las deficiencias técnicas en iluminación o fotografía, para no hablar ya del encuadre. Digamos que era un porno del tercer mundo. Como dice el viejo adagio “no es lo mismo un desnudo griego que un cholo calato”. Aunque si nos atenemos al principio de realidad, los cuerpos esqueléticos o gorditos y no tan adónicos reflejan mucho mejor la verdad de todos nosotros: imperfectos, deformes y muchas veces hasta risibles. Barriguitas o barrigotas, piernas chuecas, rollitos en la cintura más que evidentes, senos y nalgas flácidos, órganos masculinos de la finura y tamaño de un alfiler, son parte del imaginario común en cualquier parte del mundo. No crean todo lo visto en la pantalla: ni todas las mujeres son tan exuberantes como las actrices porno, ni los hombres tan dotados y con cuerpos musculosos como los “actores”. Eso es solo ficción. La vida real está plagada de aquellas imágenes de cuerpos contrahechos como las mostradas en aquel porno nacional.

No todas las películas pornográficas son pesadas e insostenibles a nivel argumentativo. Hace un tiempo mi amigo me prestó una titulada “Anal planet”. Era una comedia porno de ciencia ficción, donde un grupo de astronautas van deambulando por las galaxias, llegando a un planeta donde se ha inventado un casco para tener sexo virtual, hasta estallar este por demasiados coitos (el “professor”, inventor del casco, muere repitiendo to much sex, to much sex). Es graciosa, ligera y tiene historia entre escenas de sexo y sexo. Me gustó tanto que me la quedé de recuerdo y de vez en cuando la veo. Mi amigo no la va a extrañar entre centenares de películas de su enorme colección.

Algo similar me pasó con otro porno de “ambiente histórico”. Inscrita en la vertiente de la picaresca, trata sobre una chica de pueblo que en el siglo XVIII (la época no es muy precisa en el filme) va ascendiendo de condición social gracias a sus encantos y a cómo los emplea con los ricos con quienes se encuentra, llevando por título el nombre de la protagonista: “Tatiana”. Hasta donde tengo conocimiento se hicieron tres partes, lo que da a entender el personaje fue bastante popular en los años noventa, cuando se produjo el filme.

Ahora, gracias al dvd, por unos cuantos soles podemos ver tranquilamente una película porno en nuestra casa, y si se tiene pantalla ancha, home theatre y surround para apreciar en forma envolvente los gemidos, tanto mejor. Existen muchas tiendas especializadas en la venta de dvd’s porno, así que el negocio anda muy bien, contando con oferta de filmes no solo para heterosexuales, sino también dirigido a segmentos especializados del público (lo que en marketing denominan “nichos de mercado”), así tenemos porno para homosexuales, lesbianas, she-male, pederastas, sado-masoquistas, onanistas, zoofílicos, fetichistas y quizás hasta para necrófilos; y, en las pocas salas de cine que todavía lo proyectan ahora entran mujeres, acompañadas de su pareja o en grupo, no siendo más un coto exclusivo del hombre. La emoción de lo prohibido de antaño ha cedido el paso a la cotidianeidad insípida del ahora.

El porno se ha institucionalizado, se ha asimilado al sistema, se ha “democratizado”. En esta época el sexo ya no es un tabú, y el porno ya no es un artículo prohibido que uno miraba a hurtadillas de los padres o los maestros, como aquella revista que entre fascinados y con angustia por ser descubiertos veíamos unos adolescentes treinta años atrás. Ahora es tan común y tan fácil de conseguir para un joven como comprar un paquete de cigarrillos o una botella de ron, y creo que por eso el porno ya perdió su encanto.
Eduardo Jiménez J.
lagartocine@yahoo.es

lunes, marzo 10, 2008

PETRÓLEO SANGRIENTO


Petróleo sangriento es una película difícil de seguir para el gran público, de allí su escasa aceptación pese al merecido Oscar a Daniel Day-Lewis. No estamos ante una elegía al pioner conquistador del oeste ni tampoco ante un melodrama-río que emocione a las plateas. Petróleo sangriento (o Pozos de ambición, su otro título en español) no es concesiva, sino exige seguirla con mucha atención. La idea de descenso es recurrente a lo largo del filme. Desde la primera escena, cuando vemos a Daniel Plainview cavar en una mina hasta las perforaciones de los pozos de petróleo que lo convertirán en millonario. Pero, ese descenso es también símbolo de la degradación del personaje, de solitario y hosco a la misantropía y desprecio por el género humano. No le interesan las relaciones con los demás. No hay una compañera al lado y el pequeño que adopta huye de su lado de adulto. Daniel Plainview es un lobo solitario completo.

Petróleo sangriento también tiene un aliento religioso que recorre toda la película, desde la escena inicial en que Paul vende “por un plato de lentejas” la revelación del rico yacimiento de petróleo en la granja de sus padres hasta el fanatismo religioso de su hermano Eli, deseoso de convertirse en predicador de prestigio, vanidoso y sectario. Eli y Daniel son personajes contrapuestos, pero que se complementan. Ambos tienen obsesiones fijas: uno ser un gran predicador, el otro enriquecerse. Y ambos logran sus sueños. Precisamente la escena en que enloda y lo unta de petróleo Daniel a Eli hace alusión al “del barro eres”, con lo que lo coloca a su mismo nivel. Lo desprecia al saber el espectáculo que monta para captar feligreses. Igual sucede con la escena en que lo mata, es la muerte de Abel por Caín o el sacrificio del cordero que debe redimir a los pecadores (precisamente Daniel alude a la sangre del cordero, más en consonancia con el título original del filme). Ese substrato religioso impregna la película de principio a fin.

El sonido merece renglón aparte. Los ruidos disonantes o la misma música están fundidos con las imágenes, aludiendo a la personalidad desequilibrada de Daniel, a la locura implícita del personaje, a lo que contribuye la notable performance del actor, en un estilo expresionista, barroco, exagerado adrede, en sintonía con las características de un rol memorable.

Metáfora del capitalismo voraz y depredador, Petróleo sangriento es una muy buena película, difícil de seguir para el gran público, pero disfrutable para quien le encuentre el sentido.
Eduardo Jiménez J.
lagartocine@yahoo.es


PETRÓLEO SANGRIENTO [THERE WILL BE BLOOD]
Dir. y guión: Paul Thomas Anderson, basado en la adaptación libre de la novela "Petróleo" de Upton Sinclair
c/ Daniel Day-Lewis (Daniel Plainview), Paul Dano (Paul Sunday/Eli Sunday), Kevin J. O'Connor (Henry), Ciarán Hinds (Fletcher), Dillon Freasier (H.W.)
EEUU/2007/Drama***/Estrenos



jueves, marzo 06, 2008

LA VIDA PRIVADA DE ELIZABETH Y ESSEX


Historia de la conflictiva relación entre la reina Elizabeth y su amante el duque de Essex. Si bien la película se siente a veces un poco acartonada, se salva por la notable actuación de Bette Davis como la reina, con ese toque propio de la gran diva: arrebatada, irascible, sanguínea, pero recordando siempre que antes que mujer es una reina, dejando así un recuerdo perdurable del personaje. Solo por ella merece verse la película.
Eduardo Jiménez J.
lagartocine@yahoo.es


LA VIDA PRIVADA DE ELIZABETH Y ESSEX [The Private Lives of Elizabeth and Essex]
Dir: Michael Curtiz
c/ Bette Davis (Reina Elizabeth), Errol Flynn (Essex), Olivia de Havilland (Penélope)
EEUU/1939/Drama histórico***/Películas del ayer


lunes, marzo 03, 2008

SIN LUGAR PARA LOS DÉBILES


Pocas películas premiadas con justeza como No country for old men (el título original es más apropiado a lo que quiere trasmitir el filme); pero, también da la impresión que los Coen han llegado a su máximo cenit. El filme es bueno, y lo salva de la mediocridad de otras películas similares, el buen argumento y la magnífica actuación de Tommy Lee Jones y sobretodo de Javier Bardem (merecidísimo el premio en la noche del Oscar) como el asesino que deja una estela de muertes en su camino.

Estamos ante la película de perseguidor-perseguido, con un tercero en discordia, el Sheriff interpretado por Tommy Lee Jones, en medio de una batalla entre bandas de narcotraficantes. Si bien es un thriller, la película toma elementos de los filmes del oeste: los paisajes desérticos como escenario natural de la trama –que representan esa lucha dura y áspera por la superviviencia-, la persecución del “malo” al “bueno” y las peripecias que debe hacer el segundo para librarse de su captor. Los personajes más parecen vaqueros por la indumentaria y el uso de revólveres y escopetas, el seguimiento del rastro de sangre del oponente como hacen los indios, y la ausencia casi total de un estado de derecho (salva la tenue presencia del Sheriff) y su reemplazo por la ley del más fuerte. La acción de la trama se desarrolla entre los personajes de Bardem y Josh Brolin, son pura acción, vemos como el segundo debe usar su ingenio y astucia para continuar vivo; mientras que el personaje de Tommy Lee Jones encarna la parte reflexiva de lo que está ocurriendo, de cuándo se generó esta espiral de violencia que parece imparable y la impotencia que siente para detenerla. Efectivamente, el personaje de Bardem es más un símbolo que un personaje de carne y hueso -un asesino profesional jamás dejaría la estela de muertos que deja él-; encarnando a la violencia misma desatada en todo su furor que incluso va contra sus propios contratantes en efecto boomerang, o si se quiere ser más poético simboliza a la muerte o al ángel exterminador que viene a hacer justicia con la guadaña cortando cabezas, convirtiendo al país o terruño en un lugar no apto para los viejos o los débiles, destinados a la muerte. Precisamente el sueño final que tiene el personaje de Tommy Lee Jones, donde el padre –ya muerto- va mostrando al hijo el camino con una luz, es el camino al mundo de los muertos que –según leyendas- nuestros muertos más cercanos van preparando a los vivos cuando llega la hora de partir.

Existe una dimensión metafísica del mal y del sentido de infinito, reflexión sombría que proviene del Sheriff Bell, comenzando por lo narrada en off al inicio del filme, teniendo como trasfondo el desolado desierto. El clima de escepticismo es el del hombre contemporáneo. Cuando, en una escena, el Sheriff refiere que creyó que Dios se le iba a manifestar de viejo y no apareció, alude a la soledad y vacío del hombre actual, carente de divinidades: no hay dioses que nos acojan en su regazo. Estamos solos en el universo infinito.
Igual sucede con el juego de la moneda que practica Chigurh con sus víctimas. Quizás al final todo se reduzca al azar de esa moneda. La única lógica y explicación en medio del caos, así como la moneda, Chigurh llega a “hacer justicia” –a su manera- entre los hombres; aunque la esposa de Moss lo contradiga al final: la moneda no tiene nada que ver, nosotros hacemos la elección.

El final cortado abruptamente con el sueño del Sheriff Bell –ya retirado- no es casual, si se condice con lo que la película ha estado trasmitiendo en las dos horas: la violencia desmesurada que existe en Norteamérica solo genera muerte, terror y desolación, abriendo y cerrando el filme con las reflexiones del Sheriff; no siendo coincidencia por ello que la película se ambiente en Texas, el estado más violento y con una alta tasa de ejecuciones y uso indiscriminado de armas de fuego por cualquier persona. Por ello, también el “bueno” al final cae sucumbido por las balas, muy posiblemente también su esposa, mientras que Bardem sigue vivo pese al grave accidente que sufre al final.

Película trágica y pesimista, No country for old men ofrece una visión descarnada de la violencia en la Norteamérica actual y del mal como telón de fondo permanente, filmada con solvencia y mucho rigor.
Eduardo Jiménez J.
lagartocine@yahoo.es


SIN LUGAR PARA LOS DÉBILES [No country for old men]
Dir: Ethan Coen y Joel Coen
Guión: Joel Coen y Ethan Coen; basado en la novela homónima de Cormac McCarthy
c/ Tommy Lee Jones (Sheriff Ed Bell), Javier Bardem (Anton Chigurh), Josh Brolin (Llewelyn Moss), Woody Harrelson (Carson Wells), Garrett Dillahunt (agente Wendell), Kelly Macdonald (Carla Jean Moss), Tess Harper (Loretta Bell)
EEUU/2007/Thriller***/Estrenos