jueves, junio 26, 2008

EL SUPER AGENTE 86


Las adaptaciones de conocidas series al cine tienen dos vertientes: La –digamos- “creativa” (o recreativa para ser más preciso), donde los elementos de la vieja serie apenas quedan como el nombre de los personajes o el contexto de sus aventuras, sufriendo la misma una trasformación radical de forma y contenido. Fueron los casos de Misión imposible (la primera versión) o de Los intocables, ambas de Brian de Palma. La otra es la vertiente “convencional” o conservadora, donde se busca una clara identificación entre los personajes y el contexto de la serie con la versión fílmica. Este es el caso de la saga Viaje a las estrellas que contaba incluso con los mismos actores de la versión televisiva, y también de El super agente 86.

Quienes hayan visto la serie El super agente 86 (Get Smart, trasmitida entre 1965-70) se darán cuenta que incluso los actores “sustitutos” a los originales de la versión televisiva –por motivos cronológicos ya fallecidos en algunos casos o retirados en el otro- tienen un aire de identificación bastante evidente. No solo en el caso de Carrell que interpreta a Maxwell Smart, que se ha mimetizado en el personaje que interpretó Don Adams en los sesenta, incluyendo las chanzas habituales, los giros de gags propios de Adams, “la cara de palo” cuando dice sus “boutades”, sino también en los demás personajes, como la 99 (aunque en su caso se le ha dado un sesgo más de mujer independiente, propio de la época actual), los secundarios como Larabee o el entrañable Jefe, con ese aire paternal propio del personaje que interpretó el desaparecido Edward Platt.

La serie era una parodia genial de las películas de espionaje de los años sesenta (Maxwell Smart es el anti James Bond), con ese clima paranoico de la guerra fría y los artilugios tecnológicos con que se vale el agente secreto (en la película “resucita” incluso el “cono del silencio”, así como “el zapatófono”, el primer celular de que se tiene historia), y como toda “fuerza del bien” que se precie de tal, como es CONTROL, debe tener un enemigo de su altura, la tenebrosa KAOS, “resucitando” también el archienemigo de Smart, Siegfried. Todo eso lo vemos en la película. Por supuesto, no es necesario haber visto la serie para gozar con los divertidos gags, actualizados a los nuevos tiempos. Incluso hay una notable y evidente parodia a Bush jr. El presidente que interpreta el veterano James Caan tiene la misma torpeza, incultura e ignorancia del mandatario norteamericano saliente. La tomadura de pelo a los políticos es uno de los rasgos más hilarantes del filme.

¿Y cuál es su mérito al final de cuentas? La película solo pretende divertir, contando una historia entretenida. No se ha propuesto ser una obra maestra de la parodia ni nada parecido, cumpliendo con su modesto objetivo, lo cual ya es bastante. El mérito es haber resucitado una querida y popular serie de los años sesenta. Quienes la vimos de niño nos regocijamos con los aspavientos de Steve Carell y quienes no la conocieron, de todas maneras se divertirán. Nada más y nada menos.
Eduardo Jiménez J.
lagartocine@yahoo.es


EL SUPER AGENTE 86 [Get Smart]
Dir.: Peter Segal
Guión: Tom J. Astle y Matt Ember, basado en los personajes creados por Mel Brooks y Buck Henry
c/ Steve Carell (Maxwell Smart), Anne Hathaway (Agent 99), Dwayne Johnson (Agent 23), Alan Arkin (The Chief), Terence Stamp (Siegfried), Terry Crews (Agent 91), David Koechner (Larabee), James Caan (The President), Bill Murray (Agent 13)
EEUU/2008/Comedia***/Estrenos

lunes, junio 23, 2008

ELIZABETH: LA EDAD DE ORO


Se esperaba con interés la continuación de la historia de la reina Isabel I de Inglaterra. La primera entrega trataba sobre la lucha por el poder y la necesidad de consolidarse como reina que requiere la joven Elizabeth, en el marco de las luchas intestinas y las guerras religiosas. La joven reina aprende a gobernar resolviendo las crisis financieras o políticas que se le presentan, dando una explicación el filme de la necesidad política que tiene la reina de presentarse sin príncipe consorte (no contrae matrimonio pese al consejo de sus asesores) y como imagen icónica de un pueblo (“la reina madre”). Elizabeth se cimenta en el poder, no sin antes deshacerse de sus enemigos, y logra ser reconocida como reina de Inglaterra, aprendiendo también lecciones básicas del arte de gobierno como no confiar ni en los mejores amigos o amantes. En ese sentido es maquiavélica ciento por ciento.

La segunda entrega –en una suerte de díptico- como el título hace alusión trata sobre el período denominado isabelino, con una reina ya hábil en el despliegue de estrategias políticas y en sortear los escollos que se le presenten, principalmente el de las ambiciones de dominio de la España imperial de ese entonces, obsesionada con acabar con los protestantes. Es precisamente en ese contexto de la contrarreforma y la invasión a Inglaterra con la denominada “armada invencible” que la película se desarrolla, teniendo como ejes argumentales de soporte las intrigas –y posterior ejecución por traición- de su prima católica María Estuardo y el ascenso a caballero del pirata inglés Walter Raleigh, con quien tiene un romance al paso (“un choque y fuga” como se dice ahora).

El problema estriba en el excesivo maniqueísmo como son presentados los soberanos españoles y la propia España de la contrarreforma, viviendo en el atraso y el oscurantismo religioso, mientras la Inglaterra protestante vive en libertad y teniendo el progreso como norte. Si bien en términos históricos es cierto (capitalismo naciente y pujante vs feudalismo moribundo y atrasado), la visión bastante esquemática de “buenos y malos” empobrece el filme. Otro aspecto es el relacionado con la imagen hagiográfica que se tiene de la reina. El entusiasmo y admiración por el personaje desbordó al cineasta en contraposición a la imagen villana de Felipe II. No es casual por ello que Isabel se nos presenta casi casi como una santa laica.

Shekhar Kapur parece que quiere convertirse en el Kipling del cine y en cantar a la Inglaterra imperial (su anterior largo Las cuatro plumas, 2002, lo confirma), en una visión ideológica colonial justificatoria de toda injerencia imperial extramares.

Por otro lado, Cate Blanchett está excelente en su papel, en una de las más recordadas interpretaciones de la reina de Inglaterra, junto a la que realizó Bette Davis (en una performance totalmente distinta) en La vida privada de Elizabeth y Essex.
Eduardo Jiménez J.
lagartocine@yahoo.es


ELIZABETH: LA EDAD DE ORO [Elizabeth: The Golden Age]
Dir: Shekhar Kapur
Guión: William Nicholson y Michael Hirst
c/ Cate Blanchett (Elizabeth I de Inglaterra), Geoffrey Rush (sir Francis Walsingham), Clive Owen (sir Walter Raleigh), Abbie Cornish (Bess Throckmorton), Samantha Morton (María Estuardo), Jordi Mollà (Felipe II), Rhys Ifans (Robert Reston)
UK,Fra/2007/Biopic, drama histórico***/Dvd/Las que nunca se estrenaron

jueves, junio 19, 2008

EL INCREÍBLE HULK


El primer Hulk (2003) llevado a la pantalla por Ang Lee y con Eric Bana y Jennifer Connelly en los protagónicos no ganaba en acción, pero sí en consistencia de personajes, en explicar la génesis del hombre verde, por lo que parecía “aburrida”. Ganaba en densidad, pero perdía en acción, lo que se reforzaba con el antagonismo “edípico” entre el joven Bruce Banner y su padre.

La primera versión dejaba un sabor a un Hulk más lento y “filosófico”, “pecado” si pensamos que la película tiene como público objetivo a “teenagers”, por lo que esta vez los productores optaron por contratar ya no a un director laureado que ponga sus condiciones, sino a otro más dúctil a los requerimientos y con oficio en filmes de acción, como el francés Louis Leterrier (cuyo haber como director antes de Hulk se limita a dos filmes: Transporter 2 y Danny the Dog, ambas del 2005).

Evidentemente la película gana en acción de principio a fin, borrando “el mal sabor” del filme anterior. La concentración en menos de 120 minutos de toda la historia (muy distinta a la “dilatada” primera parte) ayuda a ese dramatismo narrativo centrado en las peleas y eliminando los tiempos muertos. Todo sucede en una precipitación de acontecimientos que se van sucediendo en vértigo y que trascurren desde una favela en Brasil hasta los bosques de Canadá.

Pero esa persecución y búsqueda desesperada de una cura para Bruce Banner, hace que pierdan densidad los personajes, más cercanos ahora al cómic, con un final sorpresivo que presagia una pronta tercera parte.
El segundo Hulk tendrá admiradores y detractores. Quizás la continuación debería estar en un justo medio.
Eduardo Jiménez J.
lagartocine@yahoo.es


EL INCREÍBLE HULK [The Incredible Hulk]
Dir.: Louis Leterrier
Guión: Zak Penn, basado en los personajes creados por Stan Lee y Jack Kirby
c/ Edward Norton (Bruce Banner), Liv Tyler (Betty Ross), Tim Roth (Emil Blonsky), William Hurt (Gen. Thaddeus 'Thunderbolt' Ross)
EEUU/2008/Aventuras fantásticas***/Estrenos

jueves, junio 12, 2008

GARGANTA PROFUNDA


Recién he podido ver Garganta profunda. Sí pues, con una diferencia de treinta y cinco años. La estrenaron cuando terminaba mi secundaria y en nuestro país estaba prohibido el porno duro. Cuando se abolió la censura no recuerdo haberla visto en los estrenos de medianoche de aquellos años. De repente se me pasó.

Y, como el porno es un género que no frecuento con asiduidad últimamente, he tenido que esperar a que uno de mis proveedores de películas me la trajera. Por esa razón Deep Throat no lo incluí en mi crónica El Porno y yo.

Estaba ansioso por visionarla. Más por razones de cultura cinéfila, al tratarse de un clásico del género y valió la pena la espera. Los sesenta minutos no aburren, las escenas de sexo tienen historia y la trama es ingeniosa por fantástica: una mujer (la actriz porno Linda Lovelace) no puede tener orgasmos por poseer el clítoris en lo más profundo de su garganta (de allí el título) y por recomendación del médico tratante (un tipo que practica “in situ” las recomendaciones médicas con sus pacientes, lo que me hace recordar al Doctor Sexo, un porno francés) debe buscar hombres con miembros viriles bastante grandes para que le rocen el clítoris y sienta las campanas, las estrellas y los fuegos artificiales.

Garganta profunda es graciosa, está dentro de las comedias porno y si bien fue filmada artesanalmente (en casas acondicionadas ex profeso), se nota un cuidado técnico y una buena dirección de actores, cosa a veces difícil de encontrar en un porno. Igualmente, los gemidos de las actrices fueron reemplazados por música de la época, algo peculiar en este tipo de filmes que está saturado de gemidos falsos.

Parece que por el éxito obtenido luego se hizo una secuela, pero no llegó a pasar la barrera del tiempo del original. Garganta profunda hasta ahora ha soportado el paso del tiempo, considerando que los filmes porno son de duración efímera, es todo un mérito. Solo Cronos dirá si se convierte en clásico del género.
Eduardo Jiménez J.
lagartocine@yahoo.es


GARGANTA PROFUNDA [Deep Throat]
Dir. y guión: Gerard Damiano
c/ Linda Lovelace (Herself), Harry Reems (Dr. Young), Dolly Sharp (Helen)
EEUU/1972/Hard core***/Dvd/Películas del ayer

lunes, junio 09, 2008

MIS CINES DE BARRIO

Para mi pequeña, en su día

Desde muy niño fui aficionado al cine. En una época donde no existían el Vhs o el Dvd, y cuando la televisión recién ingresaba tímidamente a los hogares, ir al cine era ingresar al lugar de entretención por excelencia. Naturalmente, mis primeros cines fueron los de mi barrio, los más cercanos a mi casa: el Western ubicado en el Jirón Risso, justo a la vuelta de donde vivía, con su fachada sobria, convertido hoy en iglesia evangélica, sitio de preferencia para la Peña Ferrando cuando venía a Lince, con sus categorías de platea baja, laterales, platea alta y la popular cazuela. Era curiosa esa división de platea baja y laterales, división en base a un tenue cordón fácil de eludir al momento de proyectar la película. (Sería que en aquella época todavía se respetaban las normas, por más tenues que fuesen, como esos cordones). Allí presencié El expreso de Von Ryan, ambientada en la II Guerra Mundial, con Frank Sinatra, que ayudaba a escapar a un grupo de prisioneros de guerra y, pobrecito, al final los nazis lo mataban. Buena película de acción que hace algún tiempo la volví a ver en dvd. Igual Zulú, que hice “pataleta” para verla, hasta que por cansancio mi madre accedió. Eran los tiempos del racismo desenfadado, de tufillo colonial, así que los negritos, bien brutos, se dejaban matar como moscas por unos cuantos blancos más inteligentes y hábiles que ellos. También me acuerdo de Vendaval en Jamaica, con Anthony Quinn, que sale bien librado del juzgamiento como pirata que urde alguien que no lo quiere mucho, terminando con una atronadora sonrisa cachosa del actor. Y sobretodo me acuerdo de El planeta de los simios, la versión con Charlton Heston, que desde la primera vez me fascinó. Sigue siendo la mejor, a pesar de sus gorilas de goma y piedras de cartón, superior a la que hizo Tim Burton años después y que contó con presupuesto millonario y efectos digitales por doquier.

En los cines existían los lunes femeninos, ese día las mujeres no pagaban entrada si iban acompañadas de un caballero (resabios de la cultura machista). Solo contaban tres funciones: matiné, vermú y noche, que obedecían al ambiente todavía calmo de la capital, donde se regresaba a almorzar a casa y de paso tomar una breve siesta. Los hombres iban en terno al cine, muchos con pañuelo en el bolsillo superior del saco o una flor en el ojal, rematando la indumentaria el clásico sombrero cubriendo la cabeza. Se fumaba mucho antes, durante y después de la proyección (fumar todavía no era dañino para la salud) y en las funciones largas existía el intermedio para ir a comprar una gaseosa o un chocolate, o por lo menos estirar las piernas. Como ya tomaba el cine con mucha seriedad, quedando absorto con la película, no era un buen cliente de la chocolatería, pero a veces, cuando iba con mi mamá o íbamos con algún compañero de su trabajo (era bastante joven y atractiva cuando se separó de mi padre, yo tenía apenas cuatro años y un poco se adelantó a una época que todavía condenaba a las mujeres divorciadas) me “ganaba” con algún chocolate o gaseosa a mitad de función. Era la época de la ingenuidad y la ensoñación, de los maravillosos años sesenta, del rock and roll, la liberación sexual y los movimientos sociales, cuando tenías el corazón contento y lleno de alegría, y el amor estaba en el aire, y los vientos no presagiaban ni por asomo lo que vendría después.

El cine Western era mi preferido, proyectaba casi todas las películas que habían estado en las salas de estreno, más lujosas y caras. Una de esas salas era el Roma. Impresionaba entrar. Sus pisos alfombrados, los controladores (los tradicionales “boleteros”) correctamente uniformados, con gorra, corbata y saco incluido, la chocolatería con finos chocolates importados -aunque el sabroso y nacional Sublime no tenía competencia-. Entrando, debajo del écran, existía un invernadero con plantas naturales que le daba un toque especial al ambiente. Era como estar en una sala de cine y un vivero a la vez. Las butacas comodísimas, mullidas, suaves, que daban ganas de dormir ahí mismo. Estaba a unas diez cuadras de mi casa, así que debíamos tomar un colectivo (un carro grandazo de seis cilindros que hacía el recorrido por toda la avenida Arequipa) para llegar hasta allá. He visto varias películas en el Roma, pero la que guardo con especial afecto en mi memoria es 2001: odisea del espacio de Stanley Kubrick, aunque como en algunos amores, la primera impresión no fue la mejor. Mi madre me llevó a su estreno, en función de vermú, luego del trabajo. Debo confesar que aquella vez la película no me impresionó, es más, me aburrió de cabo a rabo y en algunos tramos me preguntaba cuándo terminaba ya. Un niño de doce años nutrido con los comics, las películas de ciencia ficción y seriales que pasaban en la tele o las vistas en el cine, se preguntaba a qué hora salen los marcianos y los platillos voladores, y en cambio veía una computadora que “se rayó”, un astronauta que en pocos minutos pasa de la adultez a la vejez para luego renacer y un monolito impertinente que a cada rato aparecía. Debí esperar diez años más, ya crecido y con una cinefilia más sólida, para comprenderla y tomarle cariño y considerarla como una de mis películas favoritas de todos los tiempos. De allí en adelante debo haberla visto infinidad de veces y me la conozco de memoria. “La catedral de la ciencia ficción”.

Años después y ya en la década de los ochenta, los administradores del Roma tuvieron buen olfato con algunas cintas que, con el retorno de la democracia y el fin de la censura, pudieron ser exhibidas. Calígula o El imperio de los sentidos causaron llenos totales de sala por semanas enteras. Ver a Malcolm McDowell (el de La naranja mecánica) gesticular como loco mientras tenía sexo con su hermana Drusilla o a Sada amputando el pene a su difunto amante, impactó a los todavía pacatos limeños. Los revendedores hicieron su agosto, ofreciendo las entradas al doble del precio; pero, en los noventa el Roma ya estaba golpeado por la fuerte crisis que sufrieron los grandes cines. Recuerdo que una de las últimas películas que visioné allí fue El silencio de los inocentes, acompañado de una ex que era un poco rayada y que se completó de rayar al ver cómo el doctor Hannibal Lecter se comía vivos a sus víctimas (por cierto, y dicho sea de paso, siempre me han tocado parejas “rayadas”, hasta la actual). El cine no era el de antes. Las butacas estaban descuidadas, algunas habían perdido el asiento o el respaldar, los boleteros ya no se encontraban correctamente uniformados, sino en camisa y sin corbata, las señoras que atendían estaban con las medias de nylon corridas que evidenciaban unas piernas hinchadas y con várices, mientras que la chocolatería lucía deslucida con apenas unos dulces desperdigados por aquí y allá. El Roma abriría sus puertas de nuevo algunos años después como una gris oficina de jubilaciones del estado (la eufemística Oficina de Normalización Previsional).

Otro cine de lujo cercano al Roma era el cine Azul, llamado precisamente así por el color predominante de su fachada y su interior. No pertenecía a Lince propiamente, sino a Santa Beatriz (como el Roma), inaugurado en la década del cuarenta cuando dicha urbanización estaba poblada por una clase media pujante con automóvil propio, chalecitos y hasta castillo incluido (el famoso castillo Rospigliosi). Estaba más cerca de mi casa, así que podía ir a pie. La primera vez debe haber sido de niño, con una de mis tías. Lo que más me llamó la atención fueron los palcos. Nunca he visto otro cine con palcos como a la usanza de los teatros (dicen que el antiguo cine Excelsior también los tenía). Todavía llegué a subirme a uno de ellos y hasta inicios de la década del setenta estuvieron habilitados. Después parece que los cerraron en vista que las parejas lo usaban para otros fines menos el ver tranquilamente una película. La que más guardo en la memoria fue El Decameron, que supuse la vería por fin (eso pensaba) cuando se abolió la censura. Resulta que cuando los militares gobernaban el país, el Roma la quiso proyectar, la sala estaba repleta y faltando pocos minutos un teniente del ejército “incautó” la cinta por “órdenes superiores”. Como en esa época no había recurso de amparo que nos ampare y sí más bien armas al ristre que salían de un camión portatropas como si los espectadores fuéramos un grupo de terroristas armados, tuvimos que salir resignados de la sala. Ya restaurada la democracia, el Azul la iba a exhibir, pero faltando también pocos minutos para la proyección, con sala igualmente a full, la película no venía. Era la época en que un muchacho en motocicleta, cuál chasqui motorizado, iba de cine en cine con los rollos de la película, sin embargo al Azul nunca llegó por algún extraño motivo que hasta el día de hoy no ha sido descubierto y se ha convertido en un misterio sin resolver, mismos “Expedientes X”, así que otra vez entre resignados y fastidiados debimos abandonar la sala. Algún tiempo después podría ver por fin tranquilamente la primera película de la “trilogía de la vida” de Pasolini y hasta ahora la conservo en mi memoria: vital, fresca y hermosa.

Dentro de los cines de barrio estaba también el Independencia. Se ubicada en la avenida Militar, cerca a la Municipalidad de Lince y frente a mi colegio de primaria “Las Américas”. Era un cine reciclador de películas de estreno, convirtiéndome en un caserito habitual. Allí pude ver la continuación de El planeta de los simios –Bajo el planeta de los simios- con James Franciscus y Charlton Heston en aparición breve. El epílogo era oscuro, con el fin de la Tierra en plena época de la amenaza atómica; pero la taquilla fue tan persuasiva que los productores hicieron tres partes más, la última con sabor a “new age” y onda hippie, muy acorde con la época que vivíamos. Las butacas del Independencia no eran nada cómodas y la proyección muchas veces pecaba de defectuosa, pero a los chicos de entonces más les gustaba saltar y jugar por la sala y encima de los asientos, así que las comodidades no nos preocupaban demasiado, aparte que la entrada era bastante barata y se encontraba al alcance de nuestras propinas. Actualmente está cerrado y me llama la atención que ninguna iglesia o bingo lo haya adquirido, a pesar de estar a media cuadra de la Plaza de Armas de Lince.

Un poco más arriba estaba el cine Alianza, en la avenida José Gálvez, ese sí era un cine de barrio barrio. Se le llamaba Alianza por qué estaba lindante al barrio de La Victoria, barrio grone y fiel seguidor del club Alianza Lima, aparte que en la cuadra donde estaba ubicado predominaban los morenos, gente sencilla, trabajadora y que naturalmente el equipo de fútbol de sus amores era el de la blanquiazul (en esa cuadra de José Gálvez ningún “blanquiñoso” podía gritar “y dale U” bajo pena de ser linchado y si quería “entrarle” a una de las preciosas morenas que vivían por allí tenía que convertirse de grado o fuerza al club grone, con exhibición obligada de camiseta y asistir religiosamente a los partidos del clásico dando vivas a la blanquiazul). La verdad que nunca entré al cine Alianza, aunque pasaba por allí cerca. Sólo entré una vez en mi vida, cuando ya no funcionaba como sala de cine. Me invitó un grupo místico que adquirió el local para sede principal de sus eventos, a fin de dar una conferencia sobre un tema filosófico-esotérico-metafísico que la verdad no recuerdo el título. Pasaba que un colega donde yo enseñaba pertenecía a esa asociación que creía en las revelaciones del divino cordero y en los ovnis al mismo tiempo. Un poco en la onda de la era de acuario y la película 2001. Era alucinante esa combinación que habían hecho, donde Cristo habría venido en un platillo volador de un planeta lejano muy lejano, proveniente de una civilización más avanzada que la nuestra, a fin que la humanidad progrese gracias a su mensaje, dado que nosotros estábamos en el universo más atrasados que escolar de colegio público. Solo faltaba el monolito de 2001 para completar el cuadro, pero realmente eran tipos simpáticos, medio locos, pero simpáticos.

En aquellos años estaba en mi última –e infructuosa- búsqueda de una razón divina para mi existencia y la esperanza de creer en un ser superior. (De veras que le puse empeño a esa última búsqueda). Como ya había salido hacía mucho tiempo de mi iglesia nodriza, la iglesia católica, y los evangélicos no me llamaban demasiado la atención (había asistido en algunas ocasiones a sus reuniones gracias a una chica, alumna mía, con la cual pese a la diferencia de años nos llevábamos bastante bien), comencé a buscar otros caminos más bien místicos-esotéricos y recalé en un grupo con cierta antigüedad en el país y con una sede a la usanza de los castillos medievales ubicada en pleno corazón del distrito de Breña. Nueva Acrópolis fue una estación de mi vida y si bien de las enseñanzas místicas-filosóficas-esotéricas no queda nada luego de mi breve paso por allí, ni llegué a ser un “caballero Jedi”, sí aprendí la disciplina en el trabajo y a organizar mejor mi tiempo, así como el esfuerzo que se debe poner en todo lo que se hace. Eso se lo debo a ellos.

Otro cine también de barrio barrio era el Ollanta, con nombre incásico y en pleno corazón de Lince. Pasaban películas “de romanos” y de gladiadores. Allí conocí a Maciste, Ulises, Hércules, Simbad y a la reina de Saba, casi todas películas italianas en blanco y negro. Pasaban también los spaghetti western, con un joven Clint Eastwood, aunque en esa época no me llamaban mucho la atención. Luego el Ollanta pasó a ser también iglesia evangélica. Solo asistí una vez como tal, debido a la ordenación como teólogo del hermano mayor de esta muchacha (que de evangélica tenía bastante poco). La sala conservaba su arquitectura original, salvo que en la dulcería ahora se vendían Biblias, casettes religiosos y otros libros de lectura piadosa. Preferí no volver nunca más y conservarlo en la memoria tal como fue en mi niñez.

Un cine cercano, donde iba regularmente, era el Alhambra. Impresionante por sus murales moriscos, presencié algunos filmes, sobretodo los sábados por la tarde, cuando me había desocupado de las tareas escolares. Estaba en la zona “pituca” de Lince, lindante con el distrito de San Isidro. Recuerdo haber visto allí María Estuardo, reina de Escocia, con una imponente y todavía joven Vanessa Redgrave como la reina católica y, en contraposición, Glenda Jackson como la reina Elizabeth que debía cimentar un imperio. Choque de caracteres. Ahora está convertido en un bingo, aunque han respetado su fachada. Igual pasaba con otro cine ubicado en la actual avenida César Vallejo, el Country. El Country tenía una deliciosa confitería, quedaba a pocas cuadras del edificio El Dorado. Había sido un cine de gala en otros tiempos, pero en los últimos años, antes de su cierre definitivo, lucía ya una decadencia imparable. También se convirtió en iglesia evangélica.

En cambio el Ambassador quedaba un poco más abajo, cerca al mercado Nº 2 de Lince; pero, a diferencia del Country, fue demolido para construir un complejo multifamiliar de Mi Vivienda. Para sobrevivir en los últimos años se convirtió también en reciclador de películas. Una de ellas fue quizás la primera o una de las primeras cintas que usaron efectos digitales. Creo que se titulaba Tron, película de ciencia ficción y aventuras. Si bien el filme fue recibido con frialdad en su momento, hay que reconocer que se adelantó a su época y como sucede con infinidad de casos similares, al inicio ni el público ni los productores comprendieron lo que tenían delante.

Otros cines de estreno y que propiamente quedaban en San Isidro, pero cerca a mi casa, eran el Orrantia, donde presencié por primera vez Woodstock: 3 días de paz, música y amor, memorable documental sobre el concierto de rock que cerró toda una gran época: la de los prodigiosos años 60. Tenía tres niveles como los viejos cines: platea baja, platea alta y la popular cazuela, con precios diferenciados por nivel y si estabas corto de fondos te ibas arriba, a la cazuela, cerca al techo pero más entretenida y bullanguera. En cambio, el cine San Isidro, solo con platea baja y mezanine, más circunspecto, trató de conservar su antigua prosapia. Recuerdo que todavía funcionaba hasta bien entrados los años noventa y con su infraestructura en buen estado. Era como esas familias de antigua estirpe que tratan de conservar el decoro y la dignidad hasta el último momento, pero tanto el San Isidro como el Orrantia correrían la misma suerte: convertirse en iglesias evangélicas donde Dios sana, salva y santifica.

El cine Petit Thouars –rebautizado como Concorde en homenaje al famoso avión de los años setenta- corrió la misma suerte. Un cine considerado de “estreno” en sus mejores épocas, en los últimos años tuvo que sobrevivir con películas piratas que pasaba con total impunidad. Como dice el viejo dicho “la necesidad tiene cara de hereje”. Y, al Petit Thouars no le quedó más remedio para sobrevivir. Igual que otras salas, ahora Cristo vive en sus otrora cómodas butacas donde visioné en estreno la estremecedora La profecía.

Pero, fueron dos cines que calcando el formato de las salas gemelas dentro de una galería comercial, los que sobrevivieron incluso hasta el presente siglo. El antecedente que tuvimos de las multisalas actuales fueron las salas gemelas incrustadas en un centro comercial. Casi siempre les ponían nombres que relacionaban a parejas famosas de la historia. Así tuvimos en el corazón de Lima a los cines Adán y Eva -actualmente acondicionadas como multisalas-; en Miraflores al Romeo y Julieta, convertido el último hoy en un teatrín; y en Lince al Arenales Ámbar y Arenales Jade. Funcionaban en los altos del Centro Comercial Arenales, un complejo de galerías de cuatro niveles, con estacionamiento en los altos y ascensor con lunas trasparentes -creo que el primero de su tipo que funcionó en Lima-. El complejo estaba proyectado para ser el “hot center” de Lince; pero la idea nunca funcionó y los cines ubicados en el último piso comenzaron a languidecer. Sin embargo le hicieron la lucha y pese a que en los últimos años las proyecciones eran harto defectuosas (las imágenes borrosas y el sonido deforme daban la impresión de presenciar una película de ensayo vanguardista), y si bien a veces no cumplían con lo programado, sus precios eran bastante competitivos (recuerdo haber visto allí con mi hermano Los Otros de Alejandro Amenábar). En una época en la cual el dvd todavía no se había masificado, una entrada a precio razonable hacía atractiva la oferta y la sala se colmaba sobretodo de escolares, universitarios y parejas que buscaban un lugar oscuro para estar juntas. Hace dos o tres años tuvo que cerrar irreductiblemente, justo cuando el dvd se convierte en asequible a todos los bolsillos, pero se defendió hasta el final. Murió de pie como los grandes.

*****

Ya adulto, sin la tutela familiar y con dinero en el bolsillo, comencé a aventurarme por mi cuenta, costo y riesgo a los cines de barrio de otros distritos. Entraba a cines como el Primavera en Surquillo a función de noche. Salir a la medianoche del cine y presenciar la fauna que pululaba en la avenida era un espectáculo mejor que la película vista: prostitutas, paseros, fumones y arrebatacarteras. El Susy en San Juan de Miraflores también lo visité (me parece que ahora es un bingo). En la Mutual donde trabajaba de cajero, cuando era estudiante de derecho, me destacaron a la agencia de San Juan que quedaba frente al cine, así que saliendo del trabajo, cruzaba la avenida Los Héroes para visitarlo; y, aunque las butacas eran bastante incómodas, me gustaba ese ambiente informal, más laxo que existía en aquellas salas. Siempre salí ileso en esas andanzas, quizás suerte o debo tener un ángel guardián que cuida mis espaldas, y más bien era fascinante espectar esa fauna andante y sobretodo ver a las chicas de la noche que exhibían sus atributos cuando comenzaba a oscurecer.

Sin embargo, fue en los años ochenta, cuando se liberaliza el porno, que comienzo a ir a las funciones de medianoche en los cines de barrio. El cine Brasil quedaba a pocas cuadras de mi nueva casa –me había mudado de Lince a Pueblo Libre, un distrito de clase media bastante tranquilo en aquellos años, con casitas de dos pisos y parques por doquier-, así que iba a las funciones de porno duro a la medianoche.

La medida ordenada por el segundo gobierno de Fernando Belaunde –proyectar el hard core o porno duro a partir de las doce de la noche- era disuasiva, a fin que por la hora asistan pocos parroquianos; pero, cual aquelarre congregatorio, lo que se generó a partir de la medianoche fue todo un festival de distintos tipos de personas: desde los habituales asistentes a la función, casi siempre hombres solos que esperaban a que se abra la boletería, pasando por los sangucheros con su popular pan con hot dog encebollado o para los más misios pan con huevo frito, sánguches que habían sobrado de las funciones diurnas, los emolienteros con su rica linaza calientita señor para el frío, acompañada de algunos extractos de siete raíces, los chiquillos que vendían los consabidos chicles, chocolates y cigarrillos, hasta las chicas de la noche que pululaban alrededor del cine para cargar con algún parroquiano excitado con la proyección. La medida del arquitecto restaurador fue un claro ejemplo que de buenas intenciones se encuentra empedrado el camino al infierno.

Algunas chicas, con la complicidad del administrador o del boletero, entraban a la sala y comenzaban a ir de asiento en asiento ofreciendo sus servicios, y donde veían un tipo urgido por las premuras de la naturaleza lo levantaban en vilo sin mayores contemplaciones. Primero se sentaban al lado del “target”, le comenzaban a acariciar ya se imaginan que, le metían floro hablándole suavecito cerca de la oreja, con mordidita incluida, y si el tipo aceptaba cargaban con él. Algunas se lo llevaban al baño, donde lo despachaban en un dos por tres y luego volvían a entrar a la sala en busca de otro cliente, otras le hacían una fellatio en plena butaca, con lo que teníamos un doble espectáculo: la película y la escena en el asiento de al lado. Era como estar en una orgía virtual. Había algunos que excitados con lo que veían comenzaban a masturbarse en la misma sala, así que la función terminaba con olor a semen por todos lados.

Pero también aparecieron los travestis, que comenzaron a rivalizar y hacer fuerte competencia a las chicas. La verdad no tenían nada que envidiarles, andaban escotados, enseñando sus atributos, “marketeándose”. Solo una vez en mi vida cargué con uno. Fue mi primera y única experiencia con un travesti (“para probar” como se dice). Para ser franco, al momento de la verdad no se me puso duro duro, pese a los esfuerzos, arte y mañas que puso “Margot” (lo llamaremos así). Quizás el nerviosismo o la impresión de la primera vez. Al final Margot tuvo que usar su boca para sacarlo todo, que, dicho sea de paso, la usó hábilmente. Solo he conocido una mujer con una maestría de esa naturaleza para hacerlo.

El Broadway era otro cine cercano a mi nueva casa. Sala enorme, una sola platea. Se notaba que había conocido mejores épocas, como aquellas mujeres de esplendores pasados que brilla un atisbo de sus mejores tiempos, pero cuando lo visité estaba en plena decadencia. Me gustaba el color de sus butacas: rojo. Allí presencié algunas películas de terror, un género favorito, como Cuentos de la cripta, Shocker: 100,000 voltios de terror y Cementerio de mascotas. El Broadway nunca se animó a pasar películas porno en trasnoche, y ahora –junto con el cine Brasil- fueron derruidos para dar paso a los edificios multifamiliares de Mi Vivienda; así que las apacibles y pequeño burguesas familias que habitan en esos pequeños departamentos no saben que reposan sobre entretenidas y olorosas historias de otras épocas.

En los años noventa, con la apertura neoliberal y los cambios que ocurrieron en el país, amén del terrorismo que golpeó duramente al país la década anterior, los cines de barrio desaparecieron. Cerraron, otros hasta fueron tapiados para evitar que los invadan o entren los fumones, como pasó con el cine Porvenir en La Victoria, y convertidos gradualmente en iglesias evangélicas, bingos o destruidos para levantar los edificios de Mi Vivienda que vemos por distintos lados.

Los cines de barrio marcaron todo una época. Son parte del recuerdo de cuando los caballeros salían a la calle con saco, corbata y una flor en el ojal, y ofrecían un blanco pañuelo con olor a colonia a su acompañante por si quería secarse el rostro o sonarse la nariz. Cuando las damas para ir al cine usaban traje de vestir, zapatos de taco y medias de nylon, y los niños iban con pantalón corto y corbata michi. Cuando los hombres cedían el asiento a las féminas sin importar la edad y se tenía que pedir permiso al papá o mamá para salir con la muchacha de tus sueños y hasta cierta hora, nada más. Donde para caer a una chica debías preparar y ensayar un discurso más inflamado y largo que de político tradicional, y si te daba el sí, la mayor osadía era agarrarle la mano amparado en la oscuridad de la sala. De una clase media que se iría extinguiendo poco a poco entre las sucesivas crisis económicas que vivió el país. De cuando todavía se respiraba un aire a ingenuidad y no a cinismo despiadado. Cuando todavía existían ciertos valores y no el frío pragmatismo de ahora. Y los guardamos en lo más querido de nuestro corazón: de aquellos años felices de nuestra infancia y juventud.
Eduardo Jiménez J.
lagartocine@yahoo.es

martes, junio 03, 2008

EL DIARIO DE LOS MUERTOS


A cuarenta años de La noche de los muertos vivientes (1968), filme de culto del cine de terror -aunque de acción un poco lenta para las nuevas generaciones-, George Romero puso al día un tópico que si bien no es de su creación –los zombis ya existían en el cine y provienen de la tradición mágico-religiosa- significó una revitalización del sub-género y una fuente de inspiración para nuevos realizadores como Danny Boyle (28 días después, 2002).

George Romero ha mantenido actualizado el tema de los zombis dándole giros de tuerca a cada presentación. Así, la entrega anterior –la cuarta-, La tierra de los muertos vivientes (2005), con más dosis de acción, trataba el tema de las desigualdades sociales en la Norteamérica de hoy y la “justificación” de la conculcación de los derechos ciudadanos como justificatoria de un control del terror que viene de fuera, en clara alusión al ambiente de paranoia persecutoria post 11-S.

La presente quinta entrega trata otro tema recurrente: el manejo de la información a través de los medios de comunicación, gracias al internet, y en el contexto del ambiente post 11-S, donde los medios jugaron un factor importante. Efectivamente, con reminiscencias a El proyecto de la bruja de Blair (1999) en el sentido de usar una cámara en mano para ir desarrollando la historia (gran parte de la película la vemos “a través” de una cámara que va registrando los hechos), vemos a un grupo de jóvenes acompañados de su profesor que realizan una película de terror en plena noche, cuando se ven sorprendidos por la invasión de los muertos vivientes que azolan distintas ciudades del mundo (esta vez ya no existe una explicación del origen del mal, sino que se da por supuesto). El nudo de la trama está en la sobreviviencia del pequeño grupo humano y cómo van subiendo a la red las imágenes mostradas en una suerte de documental en tiempo real. El dominio de las imágenes sobre el texto escrito es predominante y solo se cree lo que se ve, en clara alusión al predominio de la “videocracia” en la época contemporánea (o “post moderna”).

La acción se ve privilegiada en la concentración del tiempo (los hechos pasan en horas), pero no llega a interesarnos ni envolverlos en el interés que tuvo la entrega anterior; sin embargo se deja ver y no deja de interesar por la temática tratada. Al parecer George Romero anuncia una continuación para el año 2009 con el título provisional de Diary of the Dead Sequel. Estaremos al tanto.
Eduardo Jiménez J.
lagartocine@yahoo.es


EL DIARIO DE LOS MUERTOS [Diary of the Dead]
Dir. y guión: George A. Romero
c/ Joshua Close (Jason Creed), Scott Wentworth (Andrew Maxwell), Michelle Morgan (Debra Moynihan), Joe Dinicol (Eliot Stone)
EEUU/2007/Horror***/Estrenos