lunes, febrero 18, 2008

MICHAEL CLAYTON


Los thrillers de procesos judiciales (“trials movie”) tienen la característica de tocar un tema social materia del juicio, casi siempre referido a una trasnacional (antaño era el poder político y la CIA) que utiliza todo el poder fáctico que posee (influencias políticas y judiciales) para ganar el proceso, sin importar las reglas éticas o procesales. En el otro lado se encuentran los perjudicados, ciudadanos de a pie, sin ningún poder que los apoye, representados por un joven abogado, soñador e idealista que con la sola fe de su convicción, cual Quijote, se lanza contra el aparato de la malévola trasnacional, venciéndola. Al final, el juez decreta una fuerte indemnización contra las víctimas y la sanción penal en caso de evidencia de cometimiento de delito contra los directivos de la pérfida empresa.
Por eso gustan mucho los thrillers de procesos judiciales. Es una satisfacción que siente el público común, al identificarse con los débiles, de vencer a un poderoso con las solas armas de la razón y de la convicción en los valores.

Estos thirllers tienen dos partes muy marcadas: la primera, los preparativos del juicio, la búsqueda de testigos, el conseguir pruebas, contar con la valiosa participación de algún perito, donde muchas veces para mantener en vilo al espectador, casi al final del proceso aparece el testigo clave o la prueba que inculpa a la trasnacional. La segunda parte es el juicio mismo, con jurado y juez, a veces con la variante de haberse “vendido” el magistrado o algún testigo a la trasnacional. Acá se luce el joven abogado, sufre las zancadillas de los abogados de la empresa y se “compra” al jurado con un emotivo alegato final. Luego viene el fallo del juez y el júbilo en la sala.

Más o menos ese es el esquema de los thrillers de procesos judiciales. Tony Gilroy que realiza su debut como director con Michael Clayton (amplio guionista que cuenta en su haber con la trilogía de Bourne) lo hace saliendo de las pautas tradicionales de este tipo de filmes para encaminarnos hacia los conflictos internos en la gran empresa.

Efectivamente, Michael Clayton rompe con los esquemas y personajes propios de este tipo de filmes para tocar más bien la figura del anti-héroe que siente la necesidad de reivindicarse con los demás, “lavar sus culpas”. El personaje central no es ningún idealista, sino un abogado de un gran estudio jurídico en Nueva York, desilusionado de su trabajo, que casi siempre consiste en arreglar los problemas legales inmediatos de los clientes del estudio, sin demasiados subterfugios, rápidamente y contando con los contactos en comisarías y juzgados que dejen bien librado al cliente. Es el “trabajo sucio” que los abogados socios no lo hacen (Clayton es un empleado eufemísticamente llamado “consejero principal”). Es sintomático del estado emocional en que se encuentra el personaje que se niega a realizar la componenda necesaria o el “arreglo” para que el cliente del inicio del filme salga bien librado del atropello cometido con su automóvil. En contraposición, su amigo y colega Arthur Edens es un notable abogado, socio del bufete, capaz de “darle la vuelta” a un caso judicial y que debe defender a una trasnacional dedicada a la agroquímica, habiéndose detectado que sus productos generan cáncer entre los consumidores, pequeños granjeros que lo usan para el cultivo de sus tierras. La situación se trastoca cuando el abogado que debe defender a la empresa en el juicio sufre una crisis de conciencia al enterarse de los malos manejos de la empresa para ocultar esa información y decide patrocinar a los perjudicados. Como están en juego muchos miles de millones en indemnizaciones, la multinacional opta por eliminar al abogado Edens y a su amigo Clayton que descubre el razonamiento que llevó al primero a comprobar que la trasnacional estaba en falta.

Lo interesante en este thriller es que todo se produce en el campo del “monstruo”, en la vertiente del filme de denuncia del poder fáctico de las grandes empresas (como antaño, en los años setenta, fue el poder político corrompido del gobierno norteamericano). Ver lo que sucede “dentro del poder”. Los entretelones generalmente oscuros que no salen a luz pública. A contrapelo de los thrillers judiciales que más enfocan al abogado defensor y a los perjudicados y el marco escénico es el tribunal; en Michael Clayton todo se desarrolla en las filas de la trasnacional. Las contradicciones entre los distintos personajes es por la deserción de Edens tras el descubrimiento que ha hecho y sus crisis maníaco-depresivas, donde Clayton busca reconciliarse consigo mismo mediante alguna “buena acción”, tendiendo una trampa a los asesinos de su amigo, y produciéndose el consabido “happy end” con el arresto de los “malos”.

Con Michael Clayton, Tony Gilroy inicia con buen pie su labor como realizador. No es una gran película, ni mucho menos, pero cumple y cumple bien, gracias al sólido guión –que se nota no se ha despegado ni un milímetro del mismo- y a la magnífica actuación de George Clooney que sin decirlo en palabras –lo que hacen los verdaderos actores de talento-, refleja ese sentirse mal del personaje, ese andar errante en un mundo del cual está hastiado y de buscar una razón para su vida al llegar a la medianía de edad.
Todavía Gilroy se mueve en el campo de lo convencional (el “final feliz”), aunque con una propuesta interesante. Esperaremos su siguiente trabajo como director para saber como evoluciona.
Eduardo Jiménez J.
lagartocine@yahoo.es

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