domingo, febrero 07, 2021

LA GUERRA COMO BOTÍN. KELLY'S HEROES

 

Por: Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107

 

Generalmente la guerra y por extensión el género bélico en el cine ha servido como justificación de la heroicidad y entrega desinteresada de quienes participan. Desde la formación de los estados-nación europeos, la defensa del territorio pasa a ser una extensión de la defensa del hogar. Existe una fuerte justificación ideológica para luchar en el frente de batalla: la agresión de vecinos ambiciosos que buscan apropiarse de lo nuestro, una “raza inferior” que sabotea a una raza noble y predestinada, un vecino que quiere imponer su credo y modo de vida. No falta justificación divina ni terrena para iniciar una guerra. Dios está del lado de los justos y por tanto son instrumentos de una fuerza extrahumana que permite incluso el genocidio para restablecer el bien. Siempre se podrá encontrar un justificativo, algunos mejor elaborados, para declarar o continuar una guerra.

 

Del héroe en guerra no se espera menos. Debe entregar su vida de ser necesario. La patria está primero. El panteón de los héroes nacionales está constituido por aquellos que ofrendaron su vida en el cumplimiento del deber. Generalmente los héroes son jóvenes. Son los más propensos a entregar su vida por una causa o un ideal. El héroe glorificado se convierte en símbolo de la ofrenda a la patria, ensalzado incluso por aquellos que son más viles e interesados y lo usan de pretexto para sus latrocinios. Contrario sensu, acá entra a tallar la célebre frase de Samuel Johnson El patriotismo es el último refugio de los canallas.

 

El género bélico generalmente ha rescatado estos valores excelsos y en las pantallas se ha retratado a héroes inmortalizados y también a los anónimos que fielmente han seguido este código de honor.

 

Las cosas cambian cuando la sensibilidad nacional va variando de un velado a un franco cuestionamiento a la guerra y al comportamiento heroico, lo que se produjo, por ejemplo, durante la guerra de Vietnam, cuando los justificantes del “peligro comunista” no convencieron para continuar con la intervención norteamericana. Ese cambio de sensibilidad se refleja en filmes satíricos de la guerra como M.A.S.H. de Robert Altman, uno de los más emblemáticos de aquellos años. Otro, menos conocido, es Kelly's heroes del mismo año de estreno que M.A.S.H, 1970.

 

Conocida en español como Los violentos de Kelly o El botín de los valientes, estamos en los meses posteriores al desembarco en Normandía de las tropas aliadas. En territorio francés los norteamericanos se baten contra las tropas nazis que se encuentran en retirada. En una de esas incursiones, Kelly (interpretado por Clint Eastwood) encuentra a un oficial nazi de inteligencia que le revela el lugar donde la alta oficialidad tiene escondido oro en lingotes.

 

Hasta donde se conoce, la historia tiene una base cierta que se mantuvo en secreto por largos años por el servicio de inteligencia norteamericano: un grupo de soldados del ejército aliado en connivencia con oficiales nazis saquearon las reservas en oro de un banco alemán.

 

Al momento que se elaboró el guion no se tenía plena certeza de lo sucedido, salvo un suelto periodístico, así que tuvo que ser ficcionalizado íntegramente. La historia verdadera del saqueo de las reservas recién se reveló a finales del siglo XX.

 

Pero lo interesante es el tratamiento y la puesta en escena satírica. Revelado el secreto del oro nazi oculto en un banco francés, Kelly decide armar un equipo para sustraerlo.

Ni a él ni al equipo los mueve el patriotismo y el querer ser héroes sirviendo a la patria.  Los mueve el afán de lucro como lo describía Adam Smith. Si bien son parte del ejército norteamericano, conforman una empresa que como tal busca utilidades de su emprendimiento. Sorteando peligros se convierten en una suerte de conquistadores del viejo mundo.

 

Su tipo es el del antihéroe. Kelly, el personaje principal, ha sido degrado luego que lo culpabilizan los altos mandos de un bombardeo equivocado. Le hacen pagar “los platos rotos”. Los sobrenombres de los integrantes del equipo dicen mucho como Timador (Crapgame). Hay un guiño al movimiento hippie en el personaje de Donald Sutherland (Oddball, Bicho raro), un precursor del peace and love que vendría veinte años después. El general Colt (como los revólveres) es el típico militar chauvinista y que cree encontrar héroes donde no los hay. Mientras él quiere guerra y acción, su plana mayor prefiere un cauto estarse quieto. Y dentro del ejército todo es un toma y daca, un mercado persa que lo mueve más el afán de ganancia que el patriotismo.

 

Como muchos han resaltado, en una de las escenas finales, la del “duelo” con el tanque Panzer, hay un guiño al film El bueno, el malo y el feo, donde Clint Eastwood había actuado hacía pocos años atrás (y lo había catapultado a la fama en su propio país). Pero en consonancia con la sátira del filme, todo se resuelve con un “arreglo” con los soldados del tanque alemán: un porcentaje del oro a cambio de abrir un boquete en la puerta de entrada del banco.

 

A pesar de algunas críticas, la película tuvo una buena recepción en su momento. Sabemos por los actores que algunas escenas fueron eliminadas del montaje final y que explican la decepción de Kelly y en general de la guerra que se libra en un territorio distinto a su patria de origen, muy en tono con las críticas que tenía la guerra de Vietnam en aquellos ahora remotos tiempos. Al final de cuentas, la guerra más allá de las justificaciones ideológicas o chauvinistas, es un botín.

 

sábado, enero 23, 2021

¿QUIÉN MATO A LA LLAMITA BLANCA?

 

Por: Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107

 

Bolivia, año 2005. Estamos cerca a la asunción del primer gobierno de Evo Morales y la fundación de lo que se conoce como el Estado Plurinacional de Bolivia. El país es un caos, gana el más vivo, el “pendejo”. En eso se parecen mucho a nosotros. Un narrador nos va contando las peripecias, a modo de road movie e inscrito en la picaresca, de una pareja de asaltantes conocida como “Los tortolitos”, suerte de Bonnie and Clyde del altiplano, pero en tono de farsa y de burla.

 

Vamos viendo -en un falso enfoque antropológico que le confiere un seudo aire académico-  las peripecias de la pareja y, de paso, la corrupción en las altas esferas del gobierno, el tráfico de drogas que atraviesa a toda la sociedad boliviana, la segregación de los cambas con respecto a los collas, la alienación de ciertos sectores sociales con respecto al “estilo blanco de vivir”. Por ejemplo, es cierto lo que cuenta la película, Duston Larsen (que aparece en un corto papel interpretándose a si mismo), un boliviano-estadounidense fue elegido Mister Bolivia en el 2004 sin saber castellano. Y también han tenido un presidente, Gonzalo Sánchez de Lozada, que hablaba más fluido el inglés que la lengua de Cervantes.

 

La película le da un giro al indio oprimido y la pareja conformada por Jacinto y Domitila son indios liberados, “pendex”, ven las circunstancias para aprovecharlas y obtener ganancias. Quien manda es Domitila, representa a la mujer aymara que no se amilana ante las adversidades, mientras Jacinto es el típico mujeriego, “aventado”, que arrasa con todo lo que ve.

 

Como en toda historia picaresca, los personajes salen bien librados de las trampas que les colocan sus enemigos. Existe una esperanza en el gobierno de Evo Morales, que al momento de rodar el filme, era el presidente electo y estaba por asumir su primer gobierno. Es poco lo que desde fuera se ha estudiado los 13 años de su gobierno. Es cierto que estuvo en la órbita chavista y en el ALBA, pero hay matices con respecto a su gobierno –así como el de Correa en Ecuador- en relación al gobierno de Chávez en Venezuela. En el caso boliviano ha remecido las estructuras sociales y políticas de “los que mandan”; mientras en el caso venezolano terminó en desastre.

 

Una congresista peruana, menospreciando al país del altiplano, tuvo el impromptu de declarar, en alusión a un ex primer ministro de raza cobriza, que estaba bien como embajador de Bolivia pero no de la OEA. Se equivocó. Bolivia es quizás uno de los países más complejos de la región, más que Perú de repente. Quién mató a la llamita blanca es un buen pretexto para conocer algo de la bastante desconocida filmografía del altiplano y adentrarnos un poco en su compleja textura social.