La película Asu mare 2 (Perú, 2015) termina con el matrimonio del protagonista
y la “chica de alta sociedad”; pero si bien es el símbolo de la unión y
felicidad de dos clases sociales totalmente opuestas (o como dice optimistamente
una de las protagonistas “dos mundos increíbles que se han juntado”), lo que
sigue en los minutos siguientes es la confirmación del mensaje: todos bailan y
cantan juntos y felices, las diferencias de etnia, posición social y cultura se
borran y lo que importa es la calidad del ser humano, más allá de lo físico o
material.
Imagen utópica o idílica más que real
pero que obedece a un sustrato.
Las representaciones simbólicas son
necesarias para expresar un arquetipo. Puede ser el de la diferencia, la
fuerza, la desdicha, pero también la unión, el amor o la felicidad. Y también
el interés de una clase social. Dependerá de cada sociedad o época establecerlo.
Por ejemplo, el vals El Plebeyo narra una historia similar,
pero que en la época (años treinta del siglo pasado) era totalmente imposible, un
amor prohibido, más un lamento que un
deseo que se pueda materializar. Por qué
señor los seres no son de igual valor, alude trágica y directamente a las
diferenciaciones marcadas en la Lima de inicios del siglo anterior.
Una representación simbólica puede
expresar un futuro deseable, algo que no es pero se aspira a ser. Es el caso de
la imagen final de la película bajo comentario. Expresa un deseo más que una
realidad. Un deseo de superar los lastres y taras de la sociedad peruana. O,
para ser preciso, más el deseo aspiracional de un sector social del Perú de
hoy. (Y reparemos que en la escena inicial subyace un “miedo” del protagonista
principal a que el matrimonio no se consume, apresurando al sacerdote para que
termine el ritual de la boda, ante la entrada desbocada de sus amigos de barrio
a la iglesia y vayan estos a “malograr” la ceremonia y su ascenso social, revelando
su origen “humilde”).
Pero, “el acomodo” del personaje
central también implica la aceptación de su matrimonio “por los de arriba”. Una
suerte de bendición que conlleva su aceptación como nuevo integrante del mundo
de los ricos. (Nótese que es con la anuencia de la Iglesia católica, que
funciona en el presente caso como institución legitimadora de la unión de
clases). El protagonista no busca romper el esquema de valores y diferencias de
la sociedad, sino aspira a llegar al lugar alto de la pirámide social. Un
acomodo de los nuevos ricos. Visión que se condice con la de cierto sector
social neoconservador que en el Perú de los últimos años emergió de los
sectores populares conformando una nueva clase media.
Un sector social con escasa cultura y
educación formal, cuyos negocios por lo general han prosperado en la
informalidad y a veces en lo ilícito, y que aspira a vivir como lo hacen los
ricos, su modelo de referencia. Es, si se quiere, la revolución silenciosa y
conservadora del Perú de los últimos cuarenta años. Movilidad social, “emprendedurismo”,
que comenzó en los años setenta, cuando el gobierno militar rompe una serie de
taras sociales y discriminaciones y se revalora “lo cholo”, continua en los
ochenta por inercia y resistencia al terrorismo, y toma su giro “capitalista” y
definitivo en los noventa de la era Fujimori.
Veblen (Teoría de la clase ociosa) tenía razón cuando afirmaba que “los de
abajo” tienen como modelo aspiracional a parecerse a “los de arriba”. Existe
una imitación de los hábitos, costumbres y forma de ser, incluyendo la
ideología y “formas de explotación” que son asumidas por los que se encuentran
en la base de la pirámide (lo que algunos sociólogos locales han denominado la lumpenburguesía). Y la película bajo
comentario lo refleja muy bien.
Pero, ese proceso de movilidad social
no habría sido completo sin la necesaria globalización mundial iniciada a fines
del siglo XX y que significó importar una serie de valores de Occidente, entre
ellos el individualismo y el exitismo a toda costa y sin importar demasiado los
reparos éticos. Todo se compra, todo se vende.
Democracia representativa y economía
de mercado. El modelo trae desigualdades evidentes, pero permite a su vez que
los de abajo puedan tener la oportunidad de ascender a través de ciertos
mecanismos como la educación, la política o el dinero simple y llano (a veces
obtenido de forma no tan lícita como muchas de las grandes fortunas de hoy o de
ayer). Lo que a su vez trae la conformación de esa nueva clase social, deudora de la informalidad y del fujimorismo
puro y duro de los noventa.
Se me queda en el tintero la
importancia de los grupos evangélicos en todos estos cambios. Como diría Weber,
la importancia de los valores de la ética protestante, como el trabajo, el
esfuerzo individual y la disciplina, que permite a la gente centrarse en sus
objetivos, valores que ayudaron a difundir los distintos grupos evangélicos
afincados en el país, moldeando así una “mentalidad capitalista”.
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