Por: Eduardo Jiménez J.
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@ejj2107
50 años atrás Doctor Zhivago tuvo una interpretación, digamos, ideológica.
Ambientada en los albores de la revolución rusa, muchos no dudaron en
calificarla de “reaccionaria” o “pequeñoburguesa” en el mejor de los casos. En
plena guerra fría y choque de dos ideologías y formas de vida contapuestas, Doctor Zhivago no trata de encomiar ni
remotamente la revolución de Octubre, sino narrar en un marco contextual
histórico preciso los avatares de un amor casi imposible, una suerte de hoja al
viento en la gran tormenta que fue la revolución que trastocó los cimientos del
siglo XX.
Basada en la novela homónima de Boris
Pasternak, novela-río con gran cantidad de situaciones y personajes que
tuvieron que ser sintetizados en el filme, fue prohibida en la propia Unión
Soviética, patria del autor, por ir contra el “realismo socialista”, dictum estético todavía vigente en
aquellos años en la patria de Lenin, por lo que subrepticiamente salió el
manuscrito hacia Europa occidental, donde fue publicada. Le valió a Pasternak
el premio Nobel, la censura y recriminación en su propia patria, y el
reconocimiento internacional fronteras afuera. De allí estaba a un paso para
ser llevada al cine.
Es cierto que no estamos ante una “gran
novela”. Es más, casi nadie recuerda en la actualidad a Pasternak, si no es por
la versión cinematográfica de su obra; pero Doctor
Zhivago tiene el gran mérito de la denuncia de los costos humanos que
significó la revolución rusa y los pasos agigantados que se forzó para alcanzar
un nivel de industrialización similar al de Occidente. Se sacrificaron tres
generaciones de rusos para lograr alcanzar un nivel similar al de sus pares
capitalistas. La escena que abre el filme hacia el largo flashback, con la
presunta hija de Yuri y Lara trabajando en una represa, es bastante sintomático
de cómo se vivió aquellos años. (Si la memoria no me traiciona, esa escena como
el personaje no se encuentran en la novela, fue un hábil recurso
cinematográfico para introducirnos a la historia).
La historia de Yuri Zhivago, de su gran amor
por Lara, de Tonya, su esposa, y todos los demás personajes que transitan en la
novela y el filme dan fiel testimonio de ello. Son seres comunes y corrientes
que se ven envueltos en situaciones excepcionales y contra su voluntad.
Situaciones que van a cambiar su vida por completo.
Filmada en gran parte en la España franquista
de los años sesenta, tanto por costos de producción, como porque era impensable
rodarla en la propia URSS, la película contó con unos protagónicos poco
conocidos en el momento. Fue un riesgo de Carlo Ponti, el productor, y del
propio Lean, el director, quien venía precedido de los laureles por Lawrence de Arabia, su anterior filme,
por lo que obtuvo un control absoluto sobre la realización. Siguiendo un método
similar a su anterior cinta para la elección de los protagónicos, eligió a
actores casi desconocidos para los principales personajes, y los reforzó con
actores de primer nivel para los roles secundarios. Así, alejados del star system, se optó por una desconocida
Julie Christie para el papel de Lara, de Geraldine Chaplin para Tonya, y de
Omar Sharif para encarnar al doctor Yuri Zhivago, quien ya había actuado para
Lean en Lawrence de Arabia. A pesar
de ello, el filme llegó a costar unos 15 millones de dólares, suma bastante
elevada para la época.
Si bien fue recibida con cierta frialdad,
poco a poco se fue ganando su sitial en la historia del cine (mereció
posteriores reestrenos) y en la actualidad se la puede considerar como “la
historia de amor” por excelencia. Narrada como un gran filme de época, con ella
David Lean completaba una trilogía excepcional: El puente sobre el río Kwai en 1957, Lawrence de Arabia en 1962, y Doctor
Zhivago en 1965. Era el gran espectáculo con una mano firme en la narración
y solvencia interpretativa que hacía las delicias de un aficionado al cine.
“Películas-río” con duración de más de tres horas, algo impensable en la
actualidad.
Mención aparte merece la partitura musical a
cargo del francés Maurice Jarre y, en especial, el tema de Lara, tantas veces ejecutado y que expresa ese amor
melancólico, triste, épico y sublime a la vez.
Lean quiso continuar con la “saga histórica”
con un cuarto filme en 1970, La hija de
Ryan. Pero en una época de mostración de sexo explícito en las pantallas, a
nadie le interesó el “escándalo” de un adulterio entre la hija de un irlandés
rebelde y un oficial británico a inicios del siglo XX. Las pudorosas escenas
íntimas y el ritmo moroso de la película eran parte de una sensibilidad ya
perdida en el Occidente de la revolución sexual desatada en los años sesenta.
Siéndole totalmente adverso, marcó su semiretiro, del cual solo volvería con un
canto del cisne en 1984, Pasaje a la
India. Bella película, también de época, pero sin la majestuosidad de las
de antaño.
Ahora que se cumplen los cincuenta años del
estreno de Doctor Zhivago se constata que sigue tan fresca y vigente como el
día de su estreno, algo que sucede solo con los clásicos.
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