Por: Eduardo Jiménez J.
@ejj2107
Muchas veces nuestra imagen de un
personaje o hecho histórico se encuentra relacionada con la que proporciona la
ficción, especialmente el cine y la literatura.
Es lo que sucede con la figura de
Moisés, muy relacionada con la que plasmó Charlton Heston en Los diez mandamientos (1956): un Moisés
iluminado, profético, un “santo varón” que “habla con Dios”, muy al ambiente de
los todavía puritanos años 50.
El Moisés de Ridley Scott más bien es un tipo escéptico, guerrero a la usanza de
su formación como príncipe de Egipto (como todo príncipe debió ser adiestrado
en las llamadas “artes de la guerra”), pero justo; que descubre
circunstancialmente su origen y la “palabra revelada”; y que a pesar de ello,
sigue manteniendo sus dudas y preocupaciones existenciales. (Es un hombre que
va a dudar hasta cuando se abre el Mar Rojo). Un hombre que se encuentra
desgarrado entre dos culturas y dos afectos: la de su origen y la adoptada. En
otras palabras es un Moisés que refleja más al hombre contemporáneo que al
personaje bíblico de granito exhibido en la recordada película de Cecil B de
Mille.
Sucede lo mismo que con el Noé de Darren
Aronofsky, más con look de guardián
ecológico que de profeta bíblico (curiosamente Aronofsky había pensado también
en Christian Bale para el protagónico, quizás por esa
ambigüedad que siempre refleja ante cámaras).
A ello se suma que el Moisés
interpretado por Christian Bale no aporta demasiado registro de los cambios que
sufre el personaje. No se ve una carga dramática que apele a un “antes” y un
“después” del encuentro con el Creador, como los numerosos seguidores de la
historia bíblica deseaban apreciar (Charlton Heston hasta “brillaba” una vez
que Dios se le reveló).
Igual sucede con el antagónico, el
faraón Ramses, mostrado pusilánime, rencoroso, bastante
limitado en sus cualidades, pero que no aporta más para llevar al clímax la
trama. (Muy distinto al que interpretó Yul Brynner que hasta
superaba en calidad interpretativa a Heston, más “actor de pose” que de
registro actoral).
Y, algunos, incluso extrañaron la lucha fratricida entre ambos –marcadamente
visible en la obra de De Mille- que hasta se permitía, osadía de la época, la
licencia de la rivalidad por el amor nada menos que de la reina de Egipto,
recurso melodramático sumamente efectivo que el legendario De Mille manejaba
con extraordinaria habilidad. (En Scott solo se aprecia una envidia de uno
hacia el otro, pero no explota ese lado folletinesco).
Un acierto es el uso de un niño como
“mensajero de Dios” (o Dios mismo, si se quiere), al que solo “ve” Moisés. Es
un recurso dramático más adecuado que la voz grandilocuente que hablaba (o
mejor dicho ordenaba) en Los diez
mandamientos. Asimismo, ese Dios vengativo, furioso por el sometimiento a
esclavitud de su “pueblo elegido”, se condice más con el Yavé del Antiguo
Testamento, que con el Dios de amor descrito en los Evangelios, en el cual se
inspiró la obra milleniana. (Revisen el Antiguo Testamento, es un Dios que
ordena “pasar a cuchillo” a quienes no creen en él).
Para colmo de los detractores, la
escena central de la trasmisión divina de los diez mandamientos es apenas
marginal en Éxodo. Vemos un Moisés
que los va cincelando en las tablas con la benevolencia del Creador, pero sin
que implique trasmisión literal de las leyes. Más es un Moisés creador de leyes
para su pueblo –digamos un Moisés legislador- que un intérprete de la voluntad
divina. (Pero hay que tener en cuenta que la película se titula Éxodo, por lo que se centra más en la
gesta de la huída del pueblo judío fuera de Egipto que en la dación de los
mandamientos).
Marx dijo que en el capitalismo sería
imposible escribir La Iliada. Tenía
razón. Aludía a que cada época desarrolla el arte conforme a los insumos que
esta le proporciona. Incluso de esa regla no se escapan los personajes
históricos. Se les insufla características que más dicen del momento presente
que de lo sucedido en el pasado, o de la ideología o política imperante en la
actualidad. Y, así como sería imposible hoy hacer un filme similar a Los diez mandamientos (parecería ingenuo
y hasta ridículo), el Moisés de ahora refleja las dudas y angustias del hombre
occidental que ha perdido la fe en lo sobrenatural, pero que se sigue haciendo
las mismas preguntas que se formuló desde que comenzó a pensar. De dónde vengo,
adónde voy, cuál es mi papel en este mundo. De repente al final no hay nada,
pero las eternas preguntas siguen moviendo al ser humano.
Si bien Éxodo no se encuentra entre las mejores películas de Ridley Scott
(gusta mucho de las ambientaciones históricas y de las obras futuristas), no
por ello la podemos minusvalorar. Dentro de sus limitaciones, tiene sus
méritos.
EXODUS: DIOSES Y REYES [Exodus: Gods and Kings]
Di: Ridley Scott
Guión: Adam Cooper, Bill Collage y otros
c/ Christian Bale (Moses), Joel
Edgerton (Ramses), John Turturro (Seti), Aaron Paul (Joshua), Ben Mendelsohn (Viceroy
Hegep), María Valverde (Zipporah), Sigourney Weaver (Tuya), Ben Kingsley (Nun),
Andrew Tarbet (Aaron)
EEUU,UK/2014/Épica***/Estrenos
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